A principios del siglo XX se demolieron en Cali algunas casas
tradicionales para dar paso a los característicos edificios moderno-historicistas
con los que se escenifico la nueva capital del nuevo Departamento del Valle. Y,
ya a mediados del siglo, se construyeron algunos de los mejores ejemplos de la
arquitectura moderna del país. Pero para los Juegos Panamericanos se arrasó con
lo que había quedado de la arquitectura colonial y con buena parte de dichos
edificios. Y, en las décadas siguientes, se puso de moda el ladrillo a la
vista, utilizado con gran éxito en Bogotá, pero que aquí no logro la gran
calidad de la arquitectura inmediatamente anterior. A la postre se evidencio lo
inconveniente de su uso, especialmente cuando su utilización sin criterio se
redujo a enchapes imitación ladrillo. Al mismo tiempo se repitió el error de
arremeter indiscriminadamente contra lo construido, reemplazando muchas
residencias y edificios de indudable calidad, por mediocres construcciones pseudo pos-modernas con las que se lleno la ciudad con el boom del negocio
inmobiliario que generó el narcotráfico.
Cali hoy está sometida a una especulación dedicada no tanto a
construir vivienda como a “urbanizar” lotes de engorde y tierras agrícolas o
directamente a lavar dineros ilegales. Entregada para peor de males a la
penúltima moda y signada por el mal gusto que destaparon los nuevos nuevo
ricos. Olvidándonos de nuestro clima e ignorando nuestras tradiciones, seguimos
con oportunismo y facilismo modelos de países con estaciones y recursos, que
las malas revistas de decoración nos presentan como paradigmas. Es lamentable
que mientras esta arquitectura espectáculo solo es posible y reconocida en
pocas partes y por ciertos sectores sociales en los países desarrollados, sea
la preferida por muchos de nuestros jóvenes arquitectos que al parecer solo
pueden imitar, como lo hace el común de nuestras gentes que la aceptan como un
atajo a la modernización y un símbolo de progreso. Y, desafortunadamente,
muchos de los pocos que reaccionan lo hacen con un folclrorismo artificioso
como único recurso ante la globalización, cayendo en una visión ingenua y
chovinista de lo “nuestro”.
Fatalmente Cali ya no podrá volver a tener la belleza de la ciudad
tradicional que fue. Sin embargo aun podemos recurrir para su futura
arquitectura con el conocimiento serio de la de su pasado, pero hay que hacerlo
pronto pues ya casi no queda nada o se ha alterado mucho su presencia física.
Menos mal que a partir de no pocas investigaciones académicas al respecto en la
Universidad del Valle y de algunos buenos ejemplos, poco a poco se abre paso un
camino hacia una arquitectura pertinente con nuestras circunstancias
geográficas e históricas, signada además por el imperativo de que hoy en día
debe ser sostenible, respetuosa del patrimonio, segura, reciclable y
conformadora de ciudad. De generalizarse, esta búsqueda podría ayudar mucho en
la urgente y vital recomposición de Cali que ha quedado convertida en un
reguero de edificios sin ciudad y con su equipamiento urbano disperso
irresponsablemente por los municipios vecinos, a donde ni siquiera llegará el
Mio.
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