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Inventario. 18.01.2007


A principios del siglo XX se demolieron en Cali algunas casas tradicionales para dar paso a los característicos edificios moderno-historicistas con los que se escenifico la nueva capital del nuevo Departamento del Valle. Y, ya a mediados del siglo, se construyeron algunos de los mejores ejemplos de la arquitectura moderna del país. Pero para los Juegos Panamericanos se arrasó con lo que había quedado de la arquitectura colonial y con buena parte de dichos edificios. Y, en las décadas siguientes, se puso de moda el ladrillo a la vista, utilizado con gran éxito en Bogotá, pero que aquí no logro la gran calidad de la arquitectura inmediatamente anterior. A la postre se evidencio lo inconveniente de su uso, especialmente cuando su utilización sin criterio se redujo a enchapes imitación ladrillo. Al mismo tiempo se repitió el error de arremeter indiscriminadamente contra lo construido, reemplazando muchas residencias y edificios de indudable calidad, por mediocres construcciones pseudo pos-modernas con las que se lleno la ciudad con el boom del negocio inmobiliario que generó el narcotráfico.
Cali hoy está sometida a una especulación dedicada no tanto a construir vivienda como a “urbanizar” lotes de engorde y tierras agrícolas o directamente a lavar dineros ilegales. Entregada para peor de males a la penúltima moda y signada por el mal gusto que destaparon los nuevos nuevo ricos. Olvidándonos de nuestro clima e ignorando nuestras tradiciones, seguimos con oportunismo y facilismo modelos de países con estaciones y recursos, que las malas revistas de decoración nos presentan como paradigmas. Es lamentable que mientras esta arquitectura espectáculo solo es posible y reconocida en pocas partes y por ciertos sectores sociales en los países desarrollados, sea la preferida por muchos de nuestros jóvenes arquitectos que al parecer solo pueden imitar, como lo hace el común de nuestras gentes que la aceptan como un atajo a la modernización y un símbolo de progreso. Y, desafortunadamente, muchos de los pocos que reaccionan lo hacen con un folclrorismo artificioso como único recurso ante la globalización, cayendo en una visión ingenua y chovinista de lo “nuestro”.
Fatalmente Cali ya no podrá volver a tener la belleza de la ciudad tradicional que fue. Sin embargo aun podemos recurrir para su futura arquitectura con el conocimiento serio de la de su pasado, pero hay que hacerlo pronto pues ya casi no queda nada o se ha alterado mucho su presencia física. Menos mal que a partir de no pocas investigaciones académicas al respecto en la Universidad del Valle y de algunos buenos ejemplos, poco a poco se abre paso un camino hacia una arquitectura pertinente con nuestras circunstancias geográficas e históricas, signada además por el imperativo de que hoy en día debe ser sostenible, respetuosa del patrimonio, segura, reciclable y conformadora de ciudad. De generalizarse, esta búsqueda podría ayudar mucho en la urgente y vital recomposición de Cali que ha quedado convertida en un reguero de edificios sin ciudad y con su equipamiento urbano disperso irresponsablemente por los municipios vecinos, a donde ni siquiera llegará el Mio.

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