El robo descarado del erario municipal
pues los ciegos somos nosotros. La violencia del narcotráfico, la delincuencia
común, los alcohólicos fines de semana y la semana toda. Los desplazados que
llegan y los que se tienen que ir. Los secuestros masivos y todos los otros que
pronto olvidamos pues son uno por uno. Los que mueren después de años de estar
encadenados. Los niños –que horror- que nacen secuestrados pues Emmanuel no es
el único. Los solados y policías que caen en una guerra inútil e impuesta, a
veces en imperdonables hechos que no se castigan. El
asesinato de los diputados y de otros secuestrados que ya no recordamos. Nos
duele de verdad pero insistimos en la mentira de que es culpa de otros.
Mas si que no podemos culparlos de
que todo nuestro idílico valle ahora sea un cañal sin gracia. Ni de que las
Tres Cruces estén invadidas de antenas y las faldas de Cristo Rey ocultas con
la mala arquitectura de los negociantes de vivienda con la complicidad de
“nuestro” Consejo. De que estemos acabando con el norte, occidente y sur de la
ciudad pues el oriente nació acabado. De que vulgarizáramos nuestro emblemático
Río y que los otros seis ya solo existan en los mapas. De que reemplacemos lo
que quedaba de nuestras cinco espectaculares alamedas por el encementado de un
Mio que no es nuestro.
El centro lo volvimos un feo
y sucio basar. San Antonio es cada vez
mas frívolo y llenamos Granada de insulsos vidrios y carros. La Sexta da grima.
Construimos por todas partes tontas “torres” codiciosamente altas, de
espantosas culatas, y dejamos poner abusivas vallas que tapan el paisaje con
mentiras que no podemos comprar. Nunca tuvimos andenes pero nos llenamos de
inútiles y feos puentes y peligrosos y destructores “policías acostados”.
Dejamos privatizar el espacio público y urbanizamos mal el que ha debido ser
nuestro cinturón agrícola. Todo lo contaminamos. Los bellísimos Farallones ya
no se ven.
Muchas
decisiones públicas y privadas se toman en Bogotá, y es el aeropuerto de
Palmira el “que sirve a la ciudad de Cali”. Las dos Zonas Francas están allá y
su nuevo estadio también, cerca del único hipódromo virgen del mundo, su
central de abastos quedó en Candelaria, Juanchito siempre ha estado saliendo a
Florida, uno de sus cementerios en Jamundí y el otro en Yumbo, donde también
enterramos su futuro centro de eventos, y en donde crece su olorosa zona
industrial; la nueva está en Santander de Quilichao y su abandonado puerto
siempre fue Buenaventura y el Puerto Seco esta en Buga. Las empresas
internacionales que vinieron hace mas de medio siglo se van una a una. Lo único
que sigue aquí es el “basuro”.
Pero,
como sostiene del país Antonio Caballero (Semana, 23/06/2007), en Cali la
violencia no es lo que nos tiene así, si no que somos nosotros, o mejor, como
nos hemos vuelto, lo que la perpetúa contra la gente, la naturaleza, el campo y
la ciudad. Es nuestro individualismo, ignorancia, apatía, trampa y falta de
respeto a los otros. Ojalá el fin brutal de los diputados nos haga pensar pues,
como dice Orhan Pamuk (Estambul, 2006), “al igual que ocurre con nuestra vida,
la mayor parte de las veces es por otros por quienes nos enteramos del significado
de la ciudad en la que vivimos”.
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