Hace 50 años este era un
país rural; ahora, ya urbano, aun no es moderno. No alcanzó a tener grandes
ciudades cuando ya las estábamos destruyendo con una concepción simplista de la
modernidad. Mas que urbanizarlas se las ruralizó -como advirtió Ramiro Cardona
hacia 1965-, sin dar tiempo para la formación de una cultura ciudadana amplia y
sólida. Su rapidísimo crecimiento desbordó su planificación y mejora, fenómeno
recurrente en el tercer mundo. Y la imposición casi siempre de apenas una
imagen de modernidad no solo deterioro los centros históricos de las ciudades
sino también los pueblos. Telecom, la Caja Agraria y el puesto de Policía,
emblemáticos desatinos de la nación, estropearon sistemáticamente su belleza
sencilla, al punto de que "la presencia del Estado" fue casi tan
nefasta como su ausencia.
En 1930 ya había arquitectura moderna en Cali pero tan
ecléctica como la moderno-historicista inmediatamente anterior pues sus formas
lo son pero no su tecnología. Sin asimilar el nuevo estilo, y ya influenciado
por el Art-Déco, se comenzaron a abandonar los tipos y patrones de tradición
colonial. Entre 1940 y 1950 los edificios altos sustituyeron las casas que
quedaban en la Plaza de Caicedo, ya convertida en parque, y el español
californiano se sumo aquí al neocolonial, característico de las ciudades
latinoamericanas de esa época a partir de la Exposición Iberoamericana de
Sevilla de 1929 que se propuso el reencuentro de la Madre Patria con sus
antiguas colonias. Pero tampoco con los Juegos Panamericanos de 1971 se logro
una ciudad "moderna" y en cambio se daño irremediablemente la
anterior, pequeña y bonita, la que finalmente se acabo de destruir con la narco
arquitectura pretenciosa e ignorante de las últimas décadas.
El
choque frontal de la modernidad y la sobrepoblación con lo urbano se volvió una
fatal contradicción en muchas ciudades del país. Para peor de males persiste la
idea de que mientras los asuntos de la ciudad incumben solo a los políticos, la
estética de sus edificios es un problema exclusivo de los arquitectos, que así
se desentienden olímpicamente de lo que le hacen al espacio urbano. Es
prioritario entender la verdadera pos modernidad como la resolución de este equivoco
y que todos los ciudadanos se apersonen nuevamente de sus ciudades también en
tanto que artefactos, y por supuesto que los políticos las estudien mas y
seriamente.
Que
los arquitectos entiendan que la función de sus edificios es conformar
espacialmente las ciudades en lugar de seguir las modas ya pasadas de moda de
las revistas. Que mejoren todo lo bueno que quedó en ellas de sus diferentes
épocas pasadas y protejan el entorno natural que las ha acompañado desde su
fundación, como es muy especialmente el caso de Cali. Pero, como dice el
arquitecto holandés Rem Koolhaas, asumir una posición de humildad es difícil
pues la arquitectura es una “profesión
que persiste en sus fantasías, sus ideologías, sus pretensiones, sus ilusiones
de control, incapaz de concebir nuevas intervenciones modestas, parciales y
estratégicas que puedan influir, en términos limitados, el diseño y
construcción de la ciudad sin pretender su control”.
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