Todo comenzó a mediados del siglo XX
cuando a las grandes corporaciones les dio por poner sus nombres y logotipos,
en lo mas alto de sus nuevos rascacielos, en reemplazo o además de las
discretas placas de bronce de antes. El enorme letrero de Panam coronando el
edificio de Walter Gropius en Manhattan, cuyo remate fue diseñado para
albergarlo, fue de los mas conocidos. Luego los edificios, especialmente los
modernos, se llenaron de propagandas hasta el extremo de que en Times Square
hay varios diseñados recientemente (y muy bien) con ese propósito. Después les
dio a los museos y similares por colgar de sus sedes, viejas o nuevas,
elegantes y temporales pendones. Y siempre los rascacielos mas altos sirvieron
de soporte para antenas de radio y televisión, como lo fue el grande pero
discreto mástil único de una de la Torres Gemelas, la del costado norte, destruidas por el
terrorismo islámico hace ya unos años en Nueva York, y que contenía,
ocultándolas parcialmente, muchísimas antenas.
Estas modas por
supuesto llegaron sucesivamente años después a Cali y como de costumbre se las
trivializó rápidamente. Así, la cubierta, sin gracia es verdad, de la llamada
Torre de Cali, se convirtió en un grotesco amasijo de antenas, solo comparable
con el horror de Las Tres Cruces; y como si fuera poco se pretendió colgar en
sus fachadas cerradas las que hubieran sido las vallas mas grandes del mundo. Y
muchísimos edificios y casas de la ciudad se vieron antes cubiertos de
propagandas apenas su uso se volvió preferencialmente comercial. Pero lo mas
preocupante es que entidades culturales como el Instituto Departamental de
Bellas Artes, el Centro Cultural de Cali o la Biblioteca Departamental, hallan
caído contradictoriamente en la misma banalidad. Pero lo peor son los edificios
del museo La Tertulia que están ahora permanentemente como arropados por
enormes propagandas (el museo se alquila para diversas actividades), como si se
quisiera tapar el abandono en que se encuentran, o por avisos sin gracia, y que
mas parecen sabanas sucias a punto de caer movidas por el viento que no
pendones, anunciando importantes exposiciones que merecerían otro tipo de
reclamo para los transeúntes.
Desde luego no se
trata de que algunos edificios que lo justifiquen no puedan tener letreros,
banderas o pendones. Los templos egipcios tuvieron pendones hace mi les de
años. Y los castillos medievales tenían su respectiva torre del homenaje
coronada por banderas. Pero difícil imaginar al Palacio de Versalles con un
letrero aludiendo al Rey Sol. Fue la simplicidad de la vulgarización de la
arquitectura moderna y la generalización de la sociedad de consumo lo que
facilitó el desaforo de esos publicistas sin ética ni estética que piensan que
los edificios son perchas para sus vallas para anunciar cualquier cosa en
ellas. Se trata, por lo contrario, de que avisos, banderas y pendones se pongan
al menos con un mínimo de decoro, gusto y discreción, y solo en ciertos
edificios, tal y como se hace en muchas partes. En esta diferencia, que no es
nada pequeña, está el detalle. No solo hace falta sentido estético sino cierta
cultura y conocimiento.
Comentarios
Publicar un comentario