“El que es bello es
amado”, nos recuerda Umberto Eco (Historia de la belleza, 2002) pero Leon
Battista Alberti ya insistía en el siglo XV en que la belleza no es una
cuestión de gusto personal sino regida por cosas como las matemáticas y la
razón (Daniel Boorstin: Los creadores, 1994). Sin embargo, como afirma
Jean-Pierre Changeux (Razón y placer, 1997), la evolución del gusto, como la
del arte o las creencias, no progresa aunque incorpore avances científicos y
tecnológicos o se refiera a ellos. Además, como dice Giulio Carlo Argan de la
obra de arte (La Historia del Arte como Historia de la Ciudad, 1984), el gusto
tambien sucede en el presente.
Sin
embargo es difícil de definir en mensajes que probablemente asumen otras
funciones en un contexto social dado, advierte Eco (Apocalípticos e integrados,
1965). Pero el hecho es que estamos rodeados por una inundación de sonidos y
formas no naturales, que se producen con fines que, como dice Gilo Dorfles, no
podemos dejar de llamar "estéticos" pero cuyo "valor" es
extraordinariamente dudoso; todo un inmenso territorio de pseudo arte que crece
al lado de lo que hasta hoy se consideró arte verdadero (De las oscilaciones
del gusto, las estratificaciones del gusto y el problema del Kitsch, sf). Es el
“mal estético supremo” del que habla Milan Kundera (El telón / Ensayo en siete
partes, 2005).
La acepción moderna de “kitsch”
aparece en Munich hacia 1860 y se difunde paralelamente al bienestar burgués y
el consumo de masas, dice Juan Antonio Ramírez (Medios de masas e historia del
arte, 1976). Designa objetos o productos “inútiles” revestidos con un baño
“artístico” y destinados a un consumo masivo e indiscriminado. La segunda mitad
del XIX, fue el período del Eclecticismo, de los falsos Barrocos, Renacimientos
y Góticos. De la ornamentación más no de la belleza nos recuerda Hermann Broch
(Poesía e Investigación, sf), pero admite que “sin una gótica de kitsch, sin un
poco de efecto, no puede haber arte alguno”
Confundimos lo cursi (el que
presume de fino y elegante sin serlo; lo que con apariencia de elegancia o
riqueza, es ridículo y de mal gusto) con lo kitsch, pero este no es simple mal
gusto y hay que afrontarlo con los mismos instrumentos de la historiografía del
arte. Como apunta Ramírez, “en el arte todo es legítimo. O debería serlo. El
sentimentalismo y la reciedumbre, lo simple y lo recargado [...] El arte no es
un coto cerrado e inaccesible amenazado por la invasión del “mal gusto” […] Las
jerarquías no existen a priori, aunque podamos luego establecerlas
arbitrariamente”.
De otro lado, las diferentes
culturas no solo hablan diferentes lenguajes sino que habitan diferentes mundos
sensorios (Edward T. Hall: La dimensión oculta, 1966), y la tamización cultural
selecciona lo que se percibe a través de los sentidos evidenciando unas cosas y
ocultando otras. Los usos que el hombre hace del espacio en ciudades y
edificios son manifestaciones de este proceso de selección cultural que da
forma al gusto participando de un moldeamiento mutuo. Pero a pesar de que la
discusión del gusto no es nueva, entre nosotros ha sido casi inexistente. No es
de “buen gusto”.
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