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La discusión del gusto. 08.06.2006


“El que es bello es amado”, nos recuerda Umberto Eco (Historia de la belleza, 2002) pero Leon Battista Alberti ya insistía en el siglo XV en que la belleza no es una cuestión de gusto personal sino regida por cosas como las matemáticas y la razón (Daniel Boorstin: Los creadores, 1994). Sin embargo, como afirma Jean-Pierre Changeux (Razón y placer, 1997), la evolución del gusto, como la del arte o las creencias, no progresa aunque incorpore avances científicos y tecnológicos o se refiera a ellos. Además, como dice Giulio Carlo Argan de la obra de arte (La Historia del Arte como Historia de la Ciudad, 1984), el gusto tambien sucede en el presente.
Sin embargo es difícil de definir en mensajes que probablemente asumen otras funciones en un contexto social dado, advierte Eco (Apocalípticos e integrados, 1965). Pero el hecho es que estamos rodeados por una inundación de sonidos y formas no naturales, que se producen con fines que, como dice Gilo Dorfles, no podemos dejar de llamar "estéticos" pero cuyo "valor" es extraordinariamente dudoso; todo un inmenso territorio de pseudo arte que crece al lado de lo que hasta hoy se consideró arte verdadero (De las oscilaciones del gusto, las estratificaciones del gusto y el problema del Kitsch, sf). Es el “mal estético supremo” del que habla Milan Kundera (El telón / Ensayo en siete partes, 2005).
            La acepción moderna de “kitsch” aparece en Munich hacia 1860 y se difunde paralelamente al bienestar burgués y el consumo de masas, dice Juan Antonio Ramírez (Medios de masas e historia del arte, 1976). Designa objetos o productos “inútiles” revestidos con un baño “artístico” y destinados a un consumo masivo e indiscriminado. La segunda mitad del XIX, fue el período del Eclecticismo, de los falsos Barrocos, Renacimientos y Góticos. De la ornamentación más no de la belleza nos recuerda Hermann Broch (Poesía e Investigación, sf), pero admite que “sin una gótica de kitsch, sin un poco de efecto, no puede haber arte alguno”
             Confundimos lo cursi (el que presume de fino y elegante sin serlo; lo que con apariencia de elegancia o riqueza, es ridículo y de mal gusto) con lo kitsch, pero este no es simple mal gusto y hay que afrontarlo con los mismos instrumentos de la historiografía del arte. Como apunta Ramírez, “en el arte todo es legítimo. O debería serlo. El sentimentalismo y la reciedumbre, lo simple y lo recargado [...] El arte no es un coto cerrado e inaccesible amenazado por la invasión del “mal gusto” […] Las jerarquías no existen a priori, aunque podamos luego establecerlas arbitrariamente”.
           De otro lado, las diferentes culturas no solo hablan diferentes lenguajes sino que habitan diferentes mundos sensorios (Edward T. Hall: La dimensión oculta, 1966), y la tamización cultural selecciona lo que se percibe a través de los sentidos evidenciando unas cosas y ocultando otras. Los usos que el hombre hace del espacio en ciudades y edificios son manifestaciones de este proceso de selección cultural que da forma al gusto participando de un moldeamiento mutuo. Pero a pesar de que la discusión del gusto no es nueva, entre nosotros ha sido casi inexistente. No es de “buen gusto”.


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