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Los edificios y sus circunstancias. 15.07.2004


La buena arquitectura siempre ha sido el arte y la técnica de hacer que los edificios no solo se adecuen a sus circunstancias sino que lo expresen poéticamente. Que respondan con belleza al clima, paisaje y tradiciones de los lugares en los que se implantan. Que se ajusten estéticamente a los recursos existentes, los usos para los que se proyectan y las expectativas, costumbres y modo de vida de sus usuarios. En esta época deberían además ser sugestivamente ecoeficientes. Y reciclables pues todos duran muchos mas años que los conmitantes que los solicitaron y las circunstancias en las que se construyeron. Sus usuarios cambian ahora ineludiblemente y esperan de ellos nuevas posibilidades y emociones. Su arquitectura con frecuencia vuelve y juega. Solo algunos monumentos son pura poesía.
          Los edificios deben manifestar un sentimiento hondo y perdurable de la belleza arquitectónica que plantean, la cual esta determinada por el contexto urbano que los rodea o el paisaje natural que los circunda. Nunca existen solos y con frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios o espacios urbanos preexistentes. En las ciudades siempre están en medio de otros a los que no solo deben respetar sino complementar para mejorar los ambientes urbanos que inevitablemente conforman. Pero la belleza arquitectónica es abstracta. Aunque la arquitectura puede imitar a la naturaleza no la puede representar. Como el arte, es histórica: para proponer novedades verdaderas –y no meros gestos de moda- toca partir de los edificios que nos anteceden. En arquitectura es escaso lo que se inventa y mucho lo que se reinterpreta.
Los edificios no solo deben responder al clima y hacerlo bellamente, si no que hoy deben hacerlo con mayor eficiencia que nunca pues no podemos seguir gastando irresponsablemente energía en su climatización e iluminación, y además su adecuación al clima puede ser la mejor “disculpa” para proponer nuevas formas o de manera novedosa viejas formas, o ambas cosas al tiempo, que conduzcan a experiencias estéticas inéditas. Cuando están emplazados en el campo deben calificar el paisaje natural ya sea “ocultándose” para resaltar su belleza o “imponiéndose” para crear una nueva. Pero en las ciudades deben pasar a ser parte de las tradiciones edilicias, arquitectónicas y urbanas de los lugares en los que están; deben ser de allí y no de otra parte. Incluso los monumentos son parte de ciudades que siempre son viejas, pero también parte de su futura vejes.
          Además los edificios deben ser reciclables no solo en su distribución e instalaciones, si no en sus formas. Ninguno se conserva exactamente como fue, no solo por que con el paso del tiempo necesariamente cambian si no por que sus contextos están inevitablemente en evolución. De ahí que los solo restaurados con purismo resulten tan sosos y paradójicamente se vean incluso falsos. Mientras que los nuevos que no quieren ser vistos viejos rápidamente se tornan no solo viejos si no también feos. Como los hombres que los habitan, los edificios deben poder cambiar porque sus circunstancias lo hacen. Es su sino, dice Rafael Moneo, el gran arquitecto español y premio Pritzker; premio que este año se otorgo a Zaha Hadid tal vez por la circunstancia de que nació en Bagdad, pese a que sus edificios, que son como de cualquier parte, difícilmente podrán cambiar.


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