La buena arquitectura siempre ha sido
el arte y la técnica de hacer que los edificios no solo se adecuen a sus circunstancias
sino que lo expresen poéticamente. Que respondan con belleza al clima, paisaje
y tradiciones de los lugares en los que se implantan. Que se ajusten
estéticamente a los recursos existentes, los usos para los que se proyectan y
las expectativas, costumbres y modo de vida de sus usuarios. En esta época
deberían además ser sugestivamente ecoeficientes. Y reciclables pues todos
duran muchos mas años que los conmitantes que los solicitaron y las
circunstancias en las que se construyeron. Sus usuarios cambian ahora
ineludiblemente y esperan de ellos nuevas posibilidades y emociones. Su
arquitectura con frecuencia vuelve y juega. Solo algunos monumentos son pura
poesía.
Los
edificios deben manifestar un sentimiento hondo y perdurable de la belleza
arquitectónica que plantean, la cual esta determinada por el contexto urbano
que los rodea o el paisaje natural que los circunda. Nunca existen solos y con
frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios o espacios urbanos
preexistentes. En las ciudades siempre están en medio de otros a los que no
solo deben respetar sino complementar para mejorar los ambientes urbanos que
inevitablemente conforman. Pero la belleza arquitectónica es abstracta. Aunque
la arquitectura puede imitar a la naturaleza no la puede representar. Como el
arte, es histórica: para proponer novedades verdaderas –y no meros gestos de
moda- toca partir de los edificios que nos anteceden. En arquitectura es escaso
lo que se inventa y mucho lo que se reinterpreta.
Los edificios no solo
deben responder al clima y hacerlo bellamente, si no que hoy deben hacerlo con
mayor eficiencia que nunca pues no podemos seguir gastando irresponsablemente
energía en su climatización e iluminación, y además su adecuación al clima
puede ser la mejor “disculpa” para proponer nuevas formas o de manera novedosa
viejas formas, o ambas cosas al tiempo, que conduzcan a experiencias estéticas
inéditas. Cuando están emplazados en el campo deben calificar el paisaje
natural ya sea “ocultándose” para resaltar su belleza o “imponiéndose” para
crear una nueva. Pero en las ciudades deben pasar a ser parte de las
tradiciones edilicias, arquitectónicas y urbanas de los lugares en los que
están; deben ser de allí y no de otra parte. Incluso los monumentos son parte
de ciudades que siempre son viejas, pero también parte de su futura vejes.
Además
los edificios deben ser reciclables no solo en su distribución e instalaciones,
si no en sus formas. Ninguno se conserva exactamente como fue, no solo por que
con el paso del tiempo necesariamente cambian si no por que sus contextos están
inevitablemente en evolución. De ahí que los solo restaurados con purismo
resulten tan sosos y paradójicamente se vean incluso falsos. Mientras que los
nuevos que no quieren ser vistos viejos rápidamente se tornan no solo viejos si
no también feos. Como los hombres que los habitan, los edificios deben poder
cambiar porque sus circunstancias lo hacen. Es su sino, dice Rafael Moneo, el
gran arquitecto español y premio Pritzker; premio que este año se otorgo a Zaha
Hadid tal vez por la circunstancia de que nació en Bagdad, pese a que sus
edificios, que son como de cualquier parte, difícilmente podrán cambiar.
Comentarios
Publicar un comentario