En las escuelas de arquitectura los
profesores y alumnos se ocupan principalmente del volumen de los edificios mas
que de sus espacios y menos aun de sus ambientes. Las imágenes que se muestran
en las clases de historia o se ven en las revistas son la mayoría de las veces
de volúmenes y casi nunca de espacios y, desde luego, los ambientes son muy
difíciles de fotografiar. Las maquetas invariablemente se miran como objetos
volumétricos y apenas quedan los planos, que son un abstracción de dos
dimensiones para representar volúmenes y espacios que en arquitectura no tienen
solo tres dimensiones sino que se recorren en el tiempo y cambian con el paso
del día y las estaciones. Rara vez se mencionan los materiales propuestos: su
forma, color, matiz y textura, ni su despiece. Y casi nunca los ambientes.
Las fachadas, que son
las que limitan los espacios exteriores de los edificios, y que conforman nada
menos que la ciudad, se dibujan como si todos sus componentes estuvieran en un
solo plano, y no se miran en perspectiva que es como siempre se ven las calles.
Las elevaciones, por su parte, no se relacionan unas con otras ni con los pisos
y cielos, pese a que son los que conforman los espacios interiores de los
edificios. Claro, ahora se hacen perspectivas de computador, pero suelen ser
tan mentirosas como las dibujadas a mano antes: buscan ser bonitas en si mismas
y no apenas representar el edificio. Y aunque fueran muy realistas solo se
pueden apreciar con los ojos, al contrario de los edificios que se los habita
también con el oído e incluso el olfato, y con el observador casi siempre en
movimiento o al menos su mirada.
De ahí la dificultad
de proyectar espacios y no solo volúmenes. Pero ni se diga de la imposibilidad
de representar en planos un ambiente arquitectónico. ¿Cómo dibujar la
resonancia de un recinto, o su penumbra o la brisa que pasa? ¿Qué de los
muebles y objetos diversos que lo llenan? ¿Qué de las personas que lo ocupan?
Muy difícil dibujar transparencias y reflejos, al paso del sol, en la lluvia o
el viento, o el agua que murmura y da frescura y placidez. Sensaciones,
evocaciones, encantos, embrujos y asombros que, reclamaba Luis Barragán, ya
poco se oyen cuando se habla de arquitectura. Porque es que la única manera de
describir un ambiente arquitectónico es narrándolo. Y en las escuelas de
arquitectura poco se lee y nada se escribe; apenas se miran dibujos y maquetas
volumétricas de anteproyectos de edificios que se los califica a partir del
gusto.
El resultado fatal de
todo esto se ve cada vez mas en todas nuestras ciudades. Edificios “nuevos”
cuyos volúmenes son flor de un día y que rápidamente pasan a dañar las calles
–casi siempre “viejas”- que no tuvieron en cuenta. Y cuyos espacios interiores
la mayoría de las veces simplemente desconocemos para no hablar de sus
ambientes. La arquitectura actual se ha vuelto entre nosotros un problema de
las imágenes de los volúmenes y no también y sobre todo de sus espacios y
ambientes. Así se califican los proyectos de los alumnos y se premian concursos
y bienales pues las memorias no las lee nadie y solo se exigen unas cuantas
fotos o perspectivas; eso sí, la “presentación” es lo que mas cuenta: como si
se tratara de diseño gráfico y no de representaciones para leer la arquitectura
que se propone mediante ellos.
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