En 1975 José Antonio Abreu creó el
Sistema de orquestas juveniles de Venezuela con el convencimiento de que es
posible rescatar una sociedad a través de la música, como lo recuerda su actual
director Marco Pitralli (The Economist, 25-31/08/2007). 32 años después acaban
de inaugurar, una nueva sede para 2.000 jóvenes en una zona deprimida de
Caracas. Costó 27 millones de dólares y cuenta con una sala de conciertos de
1.110 asientos y 90 salones de clase. El programa, pese a problemas de toda
índole, ya cuenta con 75 centros en un país con escasamente un poco mas de la
mitad de los habitante que tiene Colombia, cada uno con al menos una orquesta
de jóvenes. Cerca de 250.000, el 80% proveniente de sectores pobres, reciben
enseñanza musical gratuita y también pueden aprender a elaborar instrumentos.
Su mas destacado egresado, Gustavo Dudamel, de 24 años, es ya
internacionalmente reconocido como un excepcional director de orquesta,
actualmente está dirigiendo en Europa y próximamente irá a conducir la de los
Angeles
El gobierno venezolano
y la compañía estatal petrolera financian el Sistema, como lo llaman allá, pero
igualmente el BID y otros donantes interesados en su evidente éxito. En la
década de 1990 recibieron un premio de la UNESCO y el esquema ha sido
reproducido en varios países de la región (como con Batuta en Colombia aunque
muy tímidamente) y recientemente en Escocia. En 1998 un estudio psicológico de
la Universidad de los Andes, de Venezuela, encontró que sus estudiantes, muchos
con un pasado de delincuencia y violencia o con problemas mentales o físicos,
tienden a alejarse del crimen y las drogas, destacándose académicamente,
desarrollando su autoestima y liderando la integración social. Es,
precisamente, lo que aquí está logrando la Orquesta y coro infantil de Desepaz
en Aguablanca o los jóvenes bailarines de las Casas Francisco Esperanza, con
apoyo de Incobalet y la Academia Anna Pavlova, o Notas de paz de la Fundación
Scarpetta, o el Circo para todos, o la fundación Sidoc que pone a los habitantes
de Siloé a conformar mingas para blanquear las casas, para solaz de ellos y
enlucimiento de su barrio y la ciudad.
Algo similar, y muy
importante para Cali, fue la creación, en 1933, del Conservatorio por el
maestro Antonio María Valencia. Pero aquí no habrá mientras los colegios tengan
bandas de guerra y no de música. La iniciativa del maestro Abreu lo demostró al
punto de que es hoy una de las pocas cosas que unen a un país que Chávez ha
dividido, como lo destaca The Economist; al fin y al cabo somos una especie “musical”
dice Rodolfo Llinas (El Tiempo, 02/09/2007). Que bueno que las bandas de guerra
solo fueran para los militares. Los colegios de Cali deberían agregar a sus
tambores, redoblantes y cornetas, violines, violas, chelos y contrabajos
financiados por el Ministerio de Cultura. Desde luego no será fácil como lo
indica la terquedad de los miembros de la banda de guerra del Gimnasio Moderno
de Bogotá, uno de los mejores colegios del país, en continuar con sus ensayos
en los jardines de su sede pues no los pueden hacer en un espacio cerrado por
la bulla que producen. Los vecinos tuvieron que recurrir a la Ley para poderlos
silenciar.
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