Acertada la decisión de la nueva
administración de no tocar los ejidos. Originalmente eran de la Corona
Española, para beneficio del común, pero fueron privatizados poco a poco a
partir de la Independencia, quedando apenas una fracción que se debería
conservar como área verde pues además en parte son humedales. Proponen en
cambio, dice el Director de Planeación, Johannio Marulanda, densificar la
ciudad, principalmente su centro semi desocupado (como se ha planteado en esta
columna). Esto desde luego se lograría suficientemente con edificios de cinco
pisos, que sí serían asequibles a los de menos recursos (hay ejemplos), al
contrario de lo que dice Claudio Borrero, ex director de Bienes Inmuebles,
quien no considera el costo del uso de la ciudad si no apenas el de la vivienda
misma. Sin embargo, la advertencia del ex concejal Christian Garcés es valida:
los municipios vecinos están dejando urbanizar sus tierras aledañas a Cali. De
ahí la urgencia de legalizar su área metropolitana de hecho, para poder
controlar su desarrollo (como también se ha insistido aquí).
Aunque
planificar una ciudad como un todo es imposible, hacerlo hasta donde se pueda
es mejor que dejarla a merced de la especulación con su tierra, como pasa en
las nuestras. Para los Juegos Panamericanos de 1971 se cometió en Cali el error
de cambiar el modelo europeo de gran centro tradicional y ensanches, por el
norteamericano de suburbios y centros muertos de noche, de moda después de la
II Guerra Mundial. Renegamos de nuestra pequeña y bonita capital de provincia y
cambiamos a París por Miami. El casco viejo se cercenó con anchas vías y la
ciudad se desparramo por sus suburbios. Decir ahora que limitar su extensión
sería constreñirla no considera la cantidad de lotes vacíos que hay en ella, ni
su bajísima densidad pues los edificios altos no son tantos (aparte de que no
están en donde si serian beneficiosos para la ciudad). En promedio Cali no
tiene tres pisos, lo que quiere decir que si se llegara a cinco se podría
duplicar su población sin aumentar su extensión. Esto, en términos económicos,
de calidad de vida y sostenibilidad, sería muy significativo.
El
problema es el rapidísimo crecimiento de las ciudades en el tercer mundo que
rebasa cualquier planificación y deja atrás la lenta formación de una cultura
urbana que sedimente a sus nuevos ciudadanos para que no se comporten como
extranjeros en ellas. Por eso recuperar sus viejos centros es tan importante
(como se ha machacado en esta columna), pero los nuevos también. Brasilia, por
ejemplo, se diseñó a finales de la primera mitad de siglo XX para quinientos
mil habitantes, pero a principios del XXI ya va en dos millones y poco, como
dicen allá. La ciudad real desbordo la ideal, pero al menos su centro, ahora
Patrimonio de la humanidad, se conserva y con él la memoria común de sus
ciudadanos, básica para su convivencia. Asunto en la que lamentablemente nunca
pensamos aquí cuando intervenimos en la ciudad. Como los que afirman que el
Valle perderá competitividad si Cali no urbaniza con casitas lo que resta de
sus ejidos, que se agravaría su crisis o que allí si se pueden construir
viviendas. Desde luego ¿pero para beneficio de quien?
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