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La talla de Cali. 17.01.2008


Acertada la decisión de la nueva administración de no tocar los ejidos. Originalmente eran de la Corona Española, para beneficio del común, pero fueron privatizados poco a poco a partir de la Independencia, quedando apenas una fracción que se debería conservar como área verde pues además en parte son humedales. Proponen en cambio, dice el Director de Planeación, Johannio Marulanda, densificar la ciudad, principalmente su centro semi desocupado (como se ha planteado en esta columna). Esto desde luego se lograría suficientemente con edificios de cinco pisos, que sí serían asequibles a los de menos recursos (hay ejemplos), al contrario de lo que dice Claudio Borrero, ex director de Bienes Inmuebles, quien no considera el costo del uso de la ciudad si no apenas el de la vivienda misma. Sin embargo, la advertencia del ex concejal Christian Garcés es valida: los municipios vecinos están dejando urbanizar sus tierras aledañas a Cali. De ahí la urgencia de legalizar su área metropolitana de hecho, para poder controlar su desarrollo (como también se ha insistido aquí).
          Aunque planificar una ciudad como un todo es imposible, hacerlo hasta donde se pueda es mejor que dejarla a merced de la especulación con su tierra, como pasa en las nuestras. Para los Juegos Panamericanos de 1971 se cometió en Cali el error de cambiar el modelo europeo de gran centro tradicional y ensanches, por el norteamericano de suburbios y centros muertos de noche, de moda después de la II Guerra Mundial. Renegamos de nuestra pequeña y bonita capital de provincia y cambiamos a París por Miami. El casco viejo se cercenó con anchas vías y la ciudad se desparramo por sus suburbios. Decir ahora que limitar su extensión sería constreñirla no considera la cantidad de lotes vacíos que hay en ella, ni su bajísima densidad pues los edificios altos no son tantos (aparte de que no están en donde si serian beneficiosos para la ciudad). En promedio Cali no tiene tres pisos, lo que quiere decir que si se llegara a cinco se podría duplicar su población sin aumentar su extensión. Esto, en términos económicos, de calidad de vida y sostenibilidad, sería muy significativo.
          El problema es el rapidísimo crecimiento de las ciudades en el tercer mundo que rebasa cualquier planificación y deja atrás la lenta formación de una cultura urbana que sedimente a sus nuevos ciudadanos para que no se comporten como extranjeros en ellas. Por eso recuperar sus viejos centros es tan importante (como se ha machacado en esta columna), pero los nuevos también. Brasilia, por ejemplo, se diseñó a finales de la primera mitad de siglo XX para quinientos mil habitantes, pero a principios del XXI ya va en dos millones y poco, como dicen allá. La ciudad real desbordo la ideal, pero al menos su centro, ahora Patrimonio de la humanidad, se conserva y con él la memoria común de sus ciudadanos, básica para su convivencia. Asunto en la que lamentablemente nunca pensamos aquí cuando intervenimos en la ciudad. Como los que afirman que el Valle perderá competitividad si Cali no urbaniza con casitas lo que resta de sus ejidos, que se agravaría su crisis o que allí si se pueden construir viviendas. Desde luego ¿pero para beneficio de quien?

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