Por lo reciente y rápido de
nuestra urbanización no hemos consolidado todavía una verdadera cultura urbana.
Tampoco contamos con un ministerio o instituto dedicado a las ciudades, como en
otras partes, y las secretarias de planeación y curadurías dejan mucho que
desear. Confundimos lo que pasa en las ciudades con las ciudades mismas,
ocupándonos de sus asuntos puramente políticos, económicos o sociales, pero ignorando
invariablemente lo cultural. No las reconocemos en tanto que artefactos
construidos por todos y menos aun como obras de arte colectivo, lo que nos
parece en nuestra ignorancia un lujo prescindible. No nos hemos dado cuenta de
que el orden de las prioridades si altera en este caso el producto. Que habría
que ordenar y jerarquizar correctamente los programas de gobierno para que sus
propuestas sean pertinentes y puedan reforzarse entre sí dentro de un propósito
global. Y entender que las ciudades han sido siempre y al mismo tiempo
artefactos, lo que en ellos les pasa a sus habitantes y estos mismos.
Durante el último medio
siglo en nuestras ciudades nos hemos ocupado cada vez mas de las carencias de
sus muy nuevos ciudadanos y casi siempre apenas de las primarias, y para peor
de males de forma independiente. Así no solucionaremos los muchos problemas que
tienen unas y otros. Simultáneamente nos tendríamos que ocupar de nuestros
artefactos urbanos, para que vuelvan a ser esas obras de arte colectivo que antes
lo fueron todos, independientemente de que unos lo fueran mas que otros. Cuando
casi el 80% de los colombianos vivimos en las ciudades, el espacio urbano
público y el social son hoy, mas que nunca, inseparables, y, en consecuencia,
toda propuesta debería siempre considerar integralmente la otra cara de la
moneda. En las ciudades, como hoy en el mundo, todo afecta todo. Pero carecemos
de una historia integral de nuestras ciudades en tanto que artefactos, del
comportamiento de sus habitantes en tanto ciudadanos y de estos como
individuos, que nos permita proponer un buen programa de gobierno.
Sus bases deberían ser su
estatuto político administrativo, tamaño, movilidad urbana, espacio urbano
público, patrimonio, equipamiento, vivienda, y, especialmente, nuestro
comportamiento en ellas. Allí, debidamente ordenado y jerarquizado, cabría lo
demás, y las diferentes iniciativas podrían interactuar y complementarse. Pero
lo que se avanzó en este sentido en las últimas décadas, con Mockus y Peñalosa,
y ahora con Fajardo, se va a perder por la perversa herencia frente
nacionalista del turno. Y lamentablemente los candidatos se han ocupado mas en
descalificarse mutuamente que en debatir ideas. Es decepcionante que cada
cuatro años recurran a los mismos lugares comunes o políticamente correctos,
para seducir con promesas irreales a votantes mal informados que solo repiten como un karma supuestas “soluciones” puntuales. Primero
habría que mostrarles sus problemas reales en el contexto colectivo de sus
ciudades, y, por supuesto, actualizar nuestro sistema representativo y
electoral y adoptar la reelección seguida de alcaldes. Pero para lograrlo algún
día toca votar el domingo, aun cuando sea en blanco.
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