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Nuestras ciudades y sus circunstancias. 25.10.2007


Por lo reciente y rápido de nuestra urbanización no hemos consolidado todavía una verdadera cultura urbana. Tampoco contamos con un ministerio o instituto dedicado a las ciudades, como en otras partes, y las secretarias de planeación y curadurías dejan mucho que desear. Confundimos lo que pasa en las ciudades con las ciudades mismas, ocupándonos de sus asuntos puramente políticos, económicos o sociales, pero ignorando invariablemente lo cultural. No las reconocemos en tanto que artefactos construidos por todos y menos aun como obras de arte colectivo, lo que nos parece en nuestra ignorancia un lujo prescindible. No nos hemos dado cuenta de que el orden de las prioridades si altera en este caso el producto. Que habría que ordenar y jerarquizar correctamente los programas de gobierno para que sus propuestas sean pertinentes y puedan reforzarse entre sí dentro de un propósito global. Y entender que las ciudades han sido siempre y al mismo tiempo artefactos, lo que en ellos les pasa a sus habitantes y estos mismos.
Durante el último medio siglo en nuestras ciudades nos hemos ocupado cada vez mas de las carencias de sus muy nuevos ciudadanos y casi siempre apenas de las primarias, y para peor de males de forma independiente. Así no solucionaremos los muchos problemas que tienen unas y otros. Simultáneamente nos tendríamos que ocupar de nuestros artefactos urbanos, para que vuelvan a ser esas obras de arte colectivo que antes lo fueron todos, independientemente de que unos lo fueran mas que otros. Cuando casi el 80% de los colombianos vivimos en las ciudades, el espacio urbano público y el social son hoy, mas que nunca, inseparables, y, en consecuencia, toda propuesta debería siempre considerar integralmente la otra cara de la moneda. En las ciudades, como hoy en el mundo, todo afecta todo. Pero carecemos de una historia integral de nuestras ciudades en tanto que artefactos, del comportamiento de sus habitantes en tanto ciudadanos y de estos como individuos, que nos permita proponer un buen programa de gobierno.
Sus bases deberían ser su estatuto político administrativo, tamaño, movilidad urbana, espacio urbano público, patrimonio, equipamiento, vivienda, y, especialmente, nuestro comportamiento en ellas. Allí, debidamente ordenado y jerarquizado, cabría lo demás, y las diferentes iniciativas podrían interactuar y complementarse. Pero lo que se avanzó en este sentido en las últimas décadas, con Mockus y Peñalosa, y ahora con Fajardo, se va a perder por la perversa herencia frente nacionalista del turno. Y lamentablemente los candidatos se han ocupado mas en descalificarse mutuamente que en debatir ideas. Es decepcionante que cada cuatro años recurran a los mismos lugares comunes o políticamente correctos, para seducir con promesas irreales a votantes mal informados que solo repiten como un karma supuestas “soluciones” puntuales. Primero habría que mostrarles sus problemas reales en el contexto colectivo de sus ciudades, y, por supuesto, actualizar nuestro sistema representativo y electoral y adoptar la reelección seguida de alcaldes. Pero para lograrlo algún día toca votar el domingo, aun cuando sea en blanco.

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