Rogelio Salmona no solo nos dejó sus
muchos edificios, que afortunadamente pasarán ser parte del patrimonio nacional
para su correcta conservación y, en ultimas, para evitar su innecesaria
demolición, como ya pasó hace años en Bogotá con una de sus mejores casas. Nos
dejó también, ante todo, el compromiso de continuar, entre los arquitectos que
lo son, su vehemente logro de que se comenzara a valorar de nuevo en Colombia
la arquitectura. Hecho fundamental en este país de muchas ciudades tan nuevas,
que crecen, en rápida transformación, con una mala arquitectura y un pésimo
urbanismo. Y en donde un mal entendido desarrollo, puramente especulativo,
separó a la arquitectura de la cultura ante el desinterés de unos intelectuales
apenas interesados en la poesía escrita, y la ceguera de unos ciudadanos que
llegaron al extremo de elegir en Cali a un alcalde ciego, y que por todas
partes votan por candidatos que miran pero no saben ver ni les interesa. Por
eso decía Salmona que hacer aquí (buena) arquitectura es un acto político.
Lamentablemente, de los mas de
35.000 arquitectos que hay en el país, no muchos lo son a carta cabal pero
todos tienen licencia para proyectar sin contar con la formación y, sobre todo,
con la experiencia necesaria, para no hablar de los ingenieros que hasta los
ingenieros agrónomos lo pueden hacer. No en vano en alguna ocasión dijo Salmona
que solo se podía aprender arquitectura trabajando con un maestro. Es urgente,
pues, la reforma de la practica profesional y de las escuelas de arquitectura.
Como lo dijo hace años Germán Téllez, habría que cerrarlas para poder abrirlas
de nuevo bien. Lo que implicaría primero que todo reducir drásticamente su
numero pues ahora ya son mas de 60, lo que se explica solo por que son un
simple negocio. Y se necesitan mas postgrados en arquitectura en las no mas de
diez escuelas respetables que hay, y crear en ellas otros programas
relacionados con la proyectación arquitectónica, como ya hace mucho tiempo lo
hicieron las facultades de ingeniería, con sus distintas especializaciones, en
todas las universidades del país.
Finalmente, habría que
limitar a los que tengan una practica larga en un despacho de arquitectos o
estudios de postgrado en proyectación arquitectónica, el ejercicio individual
de este aspecto de la profesión. Paradójicamente en Colombia sobran arquitectos
pero faltan mejores proyectistas. Y por supuesto estos deberían estar
agremiados como tales pues no solo tendrán que enfrentar a profesionales de
todas partes, con la globalización del ejercicio de la profesión, si no que el
futuro de nuestras ciudades, en tanto que artefactos, se juega en la mejor
escogencia de su arquitectura. Así lo entendió Salmona y de ahí su interés en
una ética del oficio. Su mas importante y difícil legado es, pues, la búsqueda
de una arquitectura pertinente y sostenible, que sea apropiada culturalmente en
la medida en que contribuya seriamente a la identidad del país. Que permita “la
posibilidad de crear imaginarios para transformar la vida” como lo dijo en
Jväskylä al recibir la medalla Alvar Aalto que los arquitectos finlandeses le
otorgaron hace pocos años.
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