Este tradicional club es un importante
hito de la historia de Cali durante buena parte del siglo XX, y su sede, junto
con el Hospital Departamental, el Parque Panamericano, el Estadio, las Piscinas
y el Gimnasio, conforma una serie de equipamientos urbanos, próximos entre sí,
y únicos en el primer ensanche hacia el sur de la ciudad. Así se lo entendió en
el POT, obligando a que se conserven sus usos. El Club, que había funcionado
inicialmente en un proyecto protomoderno de 1941, del ingeniero alemán José
Moschner, fue ampliado posteriormente por Edmond Cobo, y rediseñado totalmente
por los arquitectos franco-belgas Philip Mondineau y Edmond Bacca a comienzos
de la década de 1950, quienes ya habían optado por las formas modernas que lo
caracterizaron hasta que comenzó a ser tugurizado en los últimos tiempos.
Vender la totalidad de sus terrenos
puede ser lo mas cómodo, fácil y rápido para los que solo piensan en negocios
ventajosos pero evidentemente no es lo mas imaginativo ni conveniente. Por
supuesto que es factible conservar la sede original y desarrollar el resto, por
ejemplo los terrenos que fueron adquirido con posterioridad. Todos los
interesados ganarían menos pero también tendrían que invertir menos. Y la
ciudad ganaría mucho en lugar de perderlo todo. Con negociar solo la mitad,
podrían pagar sus deudas y recobrar el proyecto de Bacca y Mondineau. Eso si,
los comisionistas tendrían que resignarse con una tajada menor que la que
tienen en mente, pero todavía muy jugosa.
Desde luego el mejor
negocio para el Club sería participar en el desarrollo inmobiliario de todo el
conjunto, como socio, aportando los terrenos y el uso de sus instalaciones. Y
lo mismo podrían hacer algunos de sus acreedores. En donde está el gimnasio se
podría construir un edificio alto, para hotel u oficinas, que lo contuviera
junto con algunas otras dependencias del Club, y las canchas de tenis se
podrían reorganizar y sustituir algunas por otras para deportes en recintos
cerrados, dando cabida a un desarrollo de vivienda de alta densidad. Por
supuesto habría que modificar el POT en este sentido, pero no para permitir la
desaparición del Club, en donde esta, como quieren algunos, sino, por lo
contrarío, para hacerlo viable, allí, para sus socios y la ciudad.
Pero esta concertación
no es probable en un país dado a la codicia y la corrupción, y signado por la
ignorancia y una preocupante indiferencia hacia lo urbano arquitectónico y el
patrimonio inmueble. Acabar con la sede del San Fernando sería otro error como
la demolición innecesaria del Batallón Pichincha, el Palacio de San Francisco,
el Club Colombia, el Hotel Alférez Real y el colegio El Amparo; o como el
absurdo traslado de la Universidad del Valle a Meléndez, seguida en estampida
por las otras universidades y colegios de la ciudad, o como la insólita
construcción de un Centro de Eventos en Yumbo, el aumento suicida de la
densidad en los suburbios del sur, o el despelote del MIO. Lo que dejaremos a
los que nos siguen será un gran asentamiento genérico, sin historia ni
tradiciones, en su mayor parte en permanente destrucción-construcción masiva, y
poco sostenible.
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