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Sindéresis. 16.03.2006


Es evidente nuestra incapacidad natural para juzgar rectamente, y nuestra inveterada indiscreción. Es el caso de la polémica alrededor de Villa Adelaida en Bogotá. Unos dejan de lado que si bien es una de las últimas casa quintas sobre la Carrera Séptima que sobreviven, y hoy patrimonio de la ciudad, su realidad es que ahora está rodeada de edificios. Pero los otros no se dan cuenta de que los ocho pisos que piensan hacer atrás como para “compensar” su conservación, con el sorprendente aval del Ministerio de Cultura, son demasiados para la escala de la casa. Es el otro extremo del conservacionismo fundamentalista de los que exigen que no se toque el patrimonio construido como si existiera solo en su pasado idealizado y no materialmente en un presente que casi siempre le es adverso, mas por ignorancia e insensibilidad que otra cosa.
            Para “salvar” el patrimonio construido hay que hacerlo rentable pero sin matar la gallina de los huevos de oro. Es un problema cultural y no apenas económico. Cuando lo construido en el pasado, que suele ser casi siempre mejor que lo construido hoy, es justamente valorado y discretamente usado no hay necesidad de guarecerlo. El ejemplo de Cartagena, Patrimonio de la Humanidad, es diciente. Sus bellas casas coloniales se salvaron cuando se pusieron de moda entre extranjeros y capitalinos hace cuarenta años, lo que elevo su valor comercial al punto de ser hoy los inmuebles mas costosos del país. Pero el éxito presente de su pasado colonial la esta llevando a la vulgarización de su futuro, y no solamente por lo frívolo y codicioso de muchas de sus mal llamadas restauraciones, sino por la especulación inmobiliaria que se apoderó de la ciudad.
            La construcción de edificios muy altos, de mala arquitectura y demasiado cerca de su centro histórico, repitiendo el proceso de degradación del Rodadero en Santa Marta y de muchos bellísimos pueblos en la costa mediterránea de España, sin duda traerá su desvalorización y consecuente decadencia, y compromete el futuro de toda Cartagena. No en vano los bogotanos están comenzando a privilegiar a Barichara en su búsqueda de esa calidad urbano arquitectónica que nos dejó la Colonia, que, como toda la arquitectura premoderna, es cada vez mas apreciada en el mundo. Y por supuesto es el caso de San Antonio en Cali, cuyo futuro al parecer a nadie le importa, ni siquiera a los que viven o trabajan allí, a los supuestamente les gusta su pasado, al que con frecuencia idealizan, pero no se inmutan ante su destrucción.
           Como la lengua, las ciudades no se escogen sino que se crece en ellas. Cuando se emigra a otra ciudad esta ya existe, como cuando se aprende otra lengua, pero inevitablemente se establece una transculturación. De la sindéresis de los recién llegados, cuando son fuertes o muchos, depende que las conserven, transformen o destruyan. Perecería paradójico que los españoles (de antes), que dieron su forma inicial a las nuestras y que (algunos de ahora) han promovido, diseñado y financiado muchísimas restauraciones de nuestro común patrimonio construido, al buscar (otros) que ciudades como Panamá o Cartagena sean como Miami, haciendo aquí lo que ya no les permiten tan fácilmente allá, estén es contribuyendo a que se vuelvan como esas espantosas Los Ángeles de las que hablaba Carlos Jiménez hace unos días en su columna.

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