El País protestó, con editorial y todo,
y con toda la razón, porque en una iglesia de Bogotá se robaron unos valiosos
cuadros coloniales (lo vienen haciendo desde hace años con las tallas y
molduras que uno se encuentra como adornos en muchas casas de notables), pero
no se ha dado por enterado de que están destruyendo el último patrimonio
urbano-arquitectónico de tradición colonial que queda en Cali. Coloniales solo
son la maravillosa Torre Mudéjar, la capilla de San Antonio, la iglesia y
convento de La Merced y el restaurado Palacio Arzobispal que forman entre los
dos la calle mas bella de Cali. Y de tradición colonial apenas son la casa de
Hernán Martínez Satizábal, rematando admirablemente, intacta, grande y muy bien
cuidada, la Calle de la Escopeta, y la del otro extremo, que aunque bastante
alterada en su interior, cuenta con un espectacular emplazamiento; ambas de
mediados del XIX. Y San Antonio. Pero ¿qué Alcalde ve que no se demuelan o se
agreguen peligrosos terceros pisos a sus casas, como se ha venido haciendo
últimamente?
El
barrio, al que se llega por las principales vías de la ciudad, muy cerca al
centro y al Rió Cali y entre los cerros de Las Tres Cruces y Cristo Rey, es
donde más queda aquí algo de nuestra tradición urbano-arquitectónica colonial.
Propia de Hispanoamérica, es heredera de la hispanomusulmana, beneficiaria a su
vez de las visigoda, árabe y berebere y, en últimas, de la romana. Se remonta a
la aparición de las ciudades en el Oriente, con sus calles estrechas y manzanas
de casas encerradas en sí mismas alrededor de íntimos, frescos y variados
patios, cuyo recorrido depara gratas sorpresas, y con mágicos zaguanes que las
comunican, y separan, de la calle, de lo público. Tradición muy antigua y
potente, sencilla y eficaz, como son las que perduran, pero que en Cali fue
condenada sumariamente para dar campo no a lo moderno sino a su mera imagen. De
ahí que sea tan importante detener la destrucción de San Antonio, la que solo
se entiende por el desprecio estúpido de lo “viejo” que lamentablemente aun
perdura en muchos caleños que no lo quieren ser.
Allí
hay cosas únicas aquí: su capilla mudéjar y algunas casas, lo de Michael Lynch,
la Repostería de Paz-Zahavi, el Café au lait y el Macondo, el restaurante San
Mango, lo de Sonia Serna, sendas tiendas de esquina, las artesanías Yagurundi o
los talleres de Mario Gordillo, Polo, Mario Phazan y Gustavo Mejía. La fundación
del artista colombiano. Caliteatro, la Máscara, la Casa de los títeres y
Grutela. Un colegio, una escuela, la Posada de San Antonio, Manos y una
importante sede la Cámara de Comercio, dirigida por la arquitecta Yolanda
Constain. Allí trabajan los arquitectos Diego Peñalosa y Pablo Henríquez, y lo
hicieron Pedro Mejía y Liliana Bonilla, y Manolo Lago y Jaime Saenz, y la SCA
está cerca. Allí viven la directora de Planeación, Fabiola Aguirre, los
columnistas de El Pais Beatriz López y Germán Patiño, Armando Garrido
presidente de Comfandi, el arquitecto José Luis Giraldo, que tanto ha hecho por
el barrio, la fotógrafa Sylvia Patiño y la ceramista Lola Granger y muchos
otros artistas y artesanos, músicos, escritores, poetas populares y profesores,
y desde luego todos sus viejos habitantes que lo quieren bien y bien aprecian.
Todos a una y con la ayuda de El País debemos salvar a San Antonio.
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