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Una fea realidad. 31.08.2006


El mal gusto generalizado en las últimas décadas, junto con la inseguridad y la precariedad de espacios y servicios públicos, y la inexistencia de un comportamiento ciudadano civilizado, impide que la muy reciente vida urbana de la mayoría de los Colombianos sea digna y gratificante. Las excepciones, como algunas partes de Bogotá, o el refugio artificial de ciertos centros comerciales, como en Cali, son parciales. Esto lleva a esos ciudadanos que aun no lo logran ser, a buscar el placer de lo urbano, que no pueden obtener en las ciudades a las que llegaron ellos, sus padres o abuelos, en las mentiras de la televisión y el cine, o a tratar de suplirlo con el ruido permanente y la cacofonía visual de su nuevo hábitat. Muchos tienen problemas psíquicos o viven una realidad dual pues los programas y películas que ven suelen tener lugar en paisajes espectaculares, ciudades hermosas y limpias, calles bellas, avenidas majestuosas, plazas maravillosas, parques agradables, edificios bonitos y Metros rápidos que no se ven; y será por eso que a su vez mienten diciendo que son los mas felices del mundo.
           De otro lado, la prohibición inútil e impuesta de las drogas no sólo nos ha dejado degradación ambiental, violencia y corrupción, sino también mas mal gusto. El boom de la construcción, cuyo propósito principal fue y es nuevamente lavar dinero con la complicidad de políticos corruptos y miembros codiciosos de las clases dirigentes, no ha dejado en nuestras ciudades y pueblos nada distinto a la destrucción de su bella arquitectura y urbanismo tradicionales. Y permitió que se de­sarrollara un mal gusto latente en los nuevos y grandes asentamientos urbanos, poblados de inmigrantes desplazados de los campos o ilusionados con las promesas de la ciudad. Todo a unos niveles de vul­garidad que nadie imaginó. Como dijo Ortega y Gasset de la Europa de hace 60 años, a las puertas del fascismo, "lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera” (La rebelión de las masas, 1930).
          Para peor de males el crecimiento de nuestras ciudades ha sido reciente, acelerado y masivo, y sus ensanches actuales son mucho más grandes e importantes que lo que queda de sus pequeños y precarios centros tradicionales. Los pocos edi­ficios coloniales que se conservan en Cali, por ejemplo, o incluso los que quedan de las primeras décadas del siglo XX, con los que se ini­ció el cambio de su ima­gen anterior, parecen grandes objetos tirados en donde a pesar de haber estado muchos años no se entiende que hacen allí ahora. Y con su eliminación física se extirpó también su historia y su imagen en la memoria colectiva. Cali creció mucho y muy rápidamente y ya es la segunda ciudad del país, si no en habitantes si en problemas, de tal manera que pese ha tener casi cinco siglos, es hoy la más nueva. Y una de las más feas, así nos duela. Junto con la economía y la justicia informales, el terreno ha sido fértil para el gusto informal: el mal gusto casi que por definición. Y por supuesto esto no es nada irrelevante como muchos aquí creen suicidamente de la cultura.


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