El mal gusto generalizado en las
últimas décadas, junto con la inseguridad y la precariedad de espacios y
servicios públicos, y la inexistencia de un comportamiento ciudadano
civilizado, impide que la muy reciente vida urbana de la mayoría de los
Colombianos sea digna y gratificante. Las excepciones, como algunas partes de
Bogotá, o el refugio artificial de ciertos centros comerciales, como en Cali,
son parciales. Esto lleva a esos ciudadanos que aun no lo logran ser, a buscar
el placer de lo urbano, que no pueden obtener en las ciudades a las que
llegaron ellos, sus padres o abuelos, en las mentiras de la televisión y el
cine, o a tratar de suplirlo con el ruido permanente y la cacofonía visual de
su nuevo hábitat. Muchos tienen problemas psíquicos o viven una realidad dual
pues los programas y películas que ven suelen tener lugar en paisajes
espectaculares, ciudades hermosas y limpias, calles bellas, avenidas
majestuosas, plazas maravillosas, parques agradables, edificios bonitos y
Metros rápidos que no se ven; y será por eso que a su vez mienten diciendo que
son los mas felices del mundo.
De otro lado, la prohibición inútil
e impuesta de las drogas no sólo nos ha dejado degradación ambiental, violencia
y corrupción, sino también mas mal gusto. El boom de la construcción, cuyo propósito
principal fue y es nuevamente lavar dinero con la complicidad de políticos
corruptos y miembros codiciosos de las clases dirigentes, no ha dejado en
nuestras ciudades y pueblos nada distinto a la destrucción de su bella
arquitectura y urbanismo tradicionales. Y permitió que se desarrollara un mal
gusto latente en los nuevos y grandes asentamientos urbanos, poblados de
inmigrantes desplazados de los campos o ilusionados con las promesas de la
ciudad. Todo a unos niveles de vulgaridad que nadie imaginó. Como dijo Ortega
y Gasset de la Europa de hace 60 años, a las puertas del fascismo, "lo
característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el
denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera” (La
rebelión de las masas, 1930).
Para peor de males el crecimiento de
nuestras ciudades ha sido reciente, acelerado y masivo, y sus ensanches
actuales son mucho más grandes e importantes que lo que queda de sus pequeños y
precarios centros tradicionales. Los pocos edificios coloniales que se
conservan en Cali, por ejemplo, o incluso los que quedan de las primeras
décadas del siglo XX, con los que se inició el cambio de su imagen anterior,
parecen grandes objetos tirados en donde a pesar de haber estado muchos años no
se entiende que hacen allí ahora. Y con su eliminación física se extirpó
también su historia y su imagen en la memoria colectiva. Cali creció mucho y
muy rápidamente y ya es la segunda ciudad del país, si no en habitantes si en
problemas, de tal manera que pese ha tener casi cinco siglos, es hoy la más
nueva. Y una de las más feas, así nos duela. Junto con la economía y la
justicia informales, el terreno ha sido fértil para el gusto informal: el mal
gusto casi que por definición. Y por supuesto esto no es nada irrelevante como
muchos aquí creen suicidamente de la cultura.
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