Héctor Abad tiene razón en las
cuestiones que nos dice nos deberían interesar en el país, como la pobreza y la
injusticia que llevan a la violencia (Semana, 09/07/2006). Y desde luego seria
mejor que ocuparnos de nuestra mediocre farándula, nuestras reinas siliconadas,
nuestro fútbol perdedor o del ridículo jet set nacional, a los que se han
entregado los medios en Colombia. Pero decepciona su desprecio por Villa
Adelaida. Mas no sorprende. En general a los intelectuales y periodistas
colombianos poco les han interesado los edificios y ciudades, ni aprecian su
valor cultural, ni consideran las oportunidades sociales y mucho menos las
económicas del patrimonio construido. Lo vimos en la tonta manera como se
adelantó el debate sobre el destino de esta casona que fue de Don Agustín Nieto
Caballero, fundador del Gimnasio Moderno.
Pero no son solo
ellos; a las clases dirigentes de ahora tampoco les interesa el tema. En Cali,
por ejemplo, no dudaron en demoler su tradicional Club Colombia, nada les
importó la desfiguración progresiva de la sede del Club Campestre, una de las
mas bellas que se construyeron en Latinoamérica a mediados del siglo XX, y
ahora quisieron feriar la sede del Club San Fernando. Y precisamente es el
hecho de que aquí muchos creen que en las ciudades debe prevalecer lo privado
sobre lo público, lo que llevó a la absurda idea de que se puede trasladar el
mirador de Belalcazar a otra parte. O a que se siga demoliendo el patrimonio
construido –que culturalmente es de todos- por el prurito de que legalmente es
propiedad privada de unos.
El mirador, incluyendo
la estatua, fueron concebidos para ese lugar y todos, caleños o no, lo
recordamos allí. Con el de la capilla de San Antonio son los únicos de Cali.
Sería un garrafal error urbanístico, social e histórico quitarlo. Y de todas
maneras su actividad permanecería, aunque en peores condiciones, como ha
permanecido el mercado de la plaza de El Calvario, ahora invadiendo los andenes
en frente del Nuevo Palacio de Justicia que la reemplazó. Además, trasladando a
Belalcázar se crearía el nefasto precedente de que los negociantes de la
vivienda pueden seguir haciendo edificios sin considerar el daño que le pueden
hacer a las ciudades, pues serían estas las que tendrían que eliminar, cambiar,
adecuar o trasladar sus espacios urbanos públicos.
Otra cosa es que se
exija limpieza y seguridad en ellos. O impedir que se haga un edificio a las
espaldas del Fundador, que taparía la vista a la cordillera, aprovechándose de
las normas ambiguas e insuficientes que continua teniendo Cali, de la carencia
de instrumentos para ejercer un eficiente control urbano y del total desinterés
de la administración por estos temas. Pero es que este deterioro de lo urbano
es, en parte, consecuencia (y a la vez causa) del comportamiento poco
respetuoso de los otros que nos identifica. En Colombia reina la indisciplina
social, la inseguridad, el abandono, el mugre, el vandalismo, el ruido y la
fealdad. Caracterizan nuestras ciudades y hacen poco grato, digno y
significativo vivir en ellas contribuyendo de una manera notable, pero
ignorada, a la desazón y violencia del país.
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