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Un hueco en la cultura. 17.08.2006


Héctor Abad tiene razón en las cuestiones que nos dice nos deberían interesar en el país, como la pobreza y la injusticia que llevan a la violencia (Semana, 09/07/2006). Y desde luego seria mejor que ocuparnos de nuestra mediocre farándula, nuestras reinas siliconadas, nuestro fútbol perdedor o del ridículo jet set nacional, a los que se han entregado los medios en Colombia. Pero decepciona su desprecio por Villa Adelaida. Mas no sorprende. En general a los intelectuales y periodistas colombianos poco les han interesado los edificios y ciudades, ni aprecian su valor cultural, ni consideran las oportunidades sociales y mucho menos las económicas del patrimonio construido. Lo vimos en la tonta manera como se adelantó el debate sobre el destino de esta casona que fue de Don Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno.
Pero no son solo ellos; a las clases dirigentes de ahora tampoco les interesa el tema. En Cali, por ejemplo, no dudaron en demoler su tradicional Club Colombia, nada les importó la desfiguración progresiva de la sede del Club Campestre, una de las mas bellas que se construyeron en Latinoamérica a mediados del siglo XX, y ahora quisieron feriar la sede del Club San Fernando. Y precisamente es el hecho de que aquí muchos creen que en las ciudades debe prevalecer lo privado sobre lo público, lo que llevó a la absurda idea de que se puede trasladar el mirador de Belalcazar a otra parte. O a que se siga demoliendo el patrimonio construido –que culturalmente es de todos- por el prurito de que legalmente es propiedad privada de unos.
El mirador, incluyendo la estatua, fueron concebidos para ese lugar y todos, caleños o no, lo recordamos allí. Con el de la capilla de San Antonio son los únicos de Cali. Sería un garrafal error urbanístico, social e histórico quitarlo. Y de todas maneras su actividad permanecería, aunque en peores condiciones, como ha permanecido el mercado de la plaza de El Calvario, ahora invadiendo los andenes en frente del Nuevo Palacio de Justicia que la reemplazó. Además, trasladando a Belalcázar se crearía el nefasto precedente de que los negociantes de la vivienda pueden seguir haciendo edificios sin considerar el daño que le pueden hacer a las ciudades, pues serían estas las que tendrían que eliminar, cambiar, adecuar o trasladar sus espacios urbanos públicos.
Otra cosa es que se exija limpieza y seguridad en ellos. O impedir que se haga un edificio a las espaldas del Fundador, que taparía la vista a la cordillera, aprovechándose de las normas ambiguas e insuficientes que continua teniendo Cali, de la carencia de instrumentos para ejercer un eficiente control urbano y del total desinterés de la administración por estos temas. Pero es que este deterioro de lo urbano es, en parte, consecuencia (y a la vez causa) del comportamiento poco respetuoso de los otros que nos identifica. En Colombia reina la indisciplina social, la inseguridad, el abandono, el mugre, el vandalismo, el ruido y la fealdad. Caracterizan nuestras ciudades y hacen poco grato, digno y significativo vivir en ellas contribuyendo de una manera notable, pero ignorada, a la desazón y violencia del país.

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