Las ciudades no son mas diferentes
entre ellas que las personas que las habitan o los idiomas que en ellas se
hablan. Las europeas y americanas comparten las mismas tradiciones, como
comparten el latín los idiomas romances que heredaron la mayoría de sus
ciudadanos. Y todas las presentan la misma estructura urbana: lineal,
ortogonal, concéntrica, modular o distintas combinaciones (Sibyl Moholy-Nagy:
Urbanismo y Sociedad, 1968), igual que todas las lenguas tienen una misma y
única estructura, como nos dicen los lingüistas. En casi todas partes afirmamos
moviendo la cabeza verticalmente y negamos haciéndolo horizontalmente. Al fin y
al cabo somos la misma especie en el mismo planeta. Por eso podemos vivir en
cualquier ciudad, hablar cualquier idioma, disfrutar cualquier música y comer
de todo, pese a todas las contrariedades y nostalgias que suelen tener los
inmigrantes, y a todas las dificultades de los que tratan de aprender idiomas ya
adultos o a comer de todo ya viejos y resabiados.
Pero, al contrario de los gemelos,
no hay dos ciudades exactamente iguales, aunque si muchas parecidas, sobre todo
pueblos pequeños y vecinos, como lo suelen ser los mellizos, hermanos, familias
o comunidades. No se repiten idénticas como no se repiten las huellas
dactilares, las hablas y acentos, las composiciones musicales o las recetas
culinarias. En la variedad esta el placer, decimos. Pero es en la diferencia
dentro de la unidad y no en la desemejanza ni lo distinto. Y de todas maneras
son las leyes físicas las que determinan las posibilidades de construcción de
los espacios urbanos en el planeta. Y las características biológicas del
hombre, que regulan el uso y la apreciación de esos espacios, hacen pensar
que, siguiendo a Noam Chomsky, posiblemente el hombre no creó las ciudades sino
que sencillamente supo a hacerlas. Como los niños, que no aprenden a hablar
sino que saben hablar, igual que los pájaros que no aprenden a volar sino que saben
volar, según afirma él (citado por Guy Sorman: Los grandes pensadores de nuestro tiempo, 1991).
Por eso no es odioso
ni inútil comparar las ciudades; todo lo contrario. Nos permite entender por
que París es tan bella y Cali ya no. Pero mas importante aun, nos permite saber
qué tendríamos que hacer para que vuelva a serlo, lo que por supuesto no es
imitar en todo a París pues tienen grandes diferencias. Cali es en varios
aspectos única, ¿qué otra ciudad cuenta con un amplio corredor férreo cruzándola
a todo su largo? pero eso fue lo que pasaron por alto los que creyeron (que no
pensaron) que aquí se podía hacer un metro de superficie sin percatarse de que
la estructura vial de la ciudad no lo facilitaba. Y ya estamos viendo el
problema que es forzarlo por unas calles por las que no cabe como esta
diseñado, lo que en esta columna se previno (inútilmente) desde el comienzo.
Tendríamos que habernos comparado también con San Francisco en lugar de tratar
simplemente de copiar a Curitiba, y pensar en las ciudades andinas, que no
tienen mar si no montañas, y no imitar vanamente a Miami en Granada. Antes al
menos veíamos lo que de español compartimos con California y La Florida.
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