La revista Semana se ha preocupado por
la arquitectura y no apenas por la literatura, pintura, música y cine, lo que
es poco usual en nuestra prensa y por lo tanto elogiable. Pero lamentablemente
lo ha hecho hasta ahora solo con la de otras partes, y ni siquiera con la
“mejor” en el mundo, pero no con la mas interesante para nosotros. O nos a
mostrando, como si fuera propaganda pagada, la que a mala hora se ha puesto de
moda en el país y que mas parece como de otras partes que de aquí. O, mejor,
que se parece a las imágenes (que no arquitectura) que las actuales revistas
españolas de arquitectura nos “vende” a los latinoamericanos, y que replican
las colombianas que las imitan.
Es indicativo de un
hueco en nuestra cultura que entre los mas de cien “símbolos” de Colombia que
nos propone Semana en su reciente Edición Especial (julio de 2006) no se
incluya ningún edificio, pues incluso en el texto dedicado a las murallas de
Cartagena nada se habla de su arquitectura. Ni siquiera se propuso la Catedral
de Sal, que si bien no es propiamente un edificio si es arquitectura. Y la
explicación no debe ser muy distinta a la de que Juan Valdez (Colombia es café
nos dicen los de la Federación) entendiblemente no lleve el costeñisimo
sombrero vueltiao que supuestamente los colombianos escogimos como símbolo de
todo el país.
Pero si hay algo colombiano en
Colombia son sus arquitecturas (como muchos este es un país de regiones) por la
sencilla razón de que si hay algo que necesariamente se ciñe al lugar es la
buena arquitectura. Desde las muy tropicales casas de Cartagena, que la hacen
una ciudad única (aunque ya amenazada por su éxito), o las casas de hacienda
del valle geográfico del alto Cauca, con sus patios cruzados por acequias y
abiertos a las brisas refrescantes y a ese paisaje que tan bellamente describió
Jorge Isaacs en María, y con esa peculiar estructura híbrida, al menos las mas
viejas, en la que se junta el “embutido” indígena, en este caso gigante, con la
tapia pisada que trajeron los españoles del Mediterráneo. Como en Cañasgordas,
en donde sucede El Alférez Real de Eustaquio Palacios. No en vano el mudéjar se
da aquí dos siglos después de México o Perú por lo que deberíamos ya llamarlo
mudéjar colombiano.
Y está nada menos que
la arquitectura de la colonización antioqueña, muy cafetera por cierto, que se
desplazó a lo largo de las cordilleras cubriendo buena parte de ese medio país
que es el andino. Y la vernácula de la despoblada y abandonada costa pacifica,
y la de los llanos y selvas orientales, que retrata contundentemente La
Vorágine de José Eustaquio Rivera, que constituyen la otra mitad de Colombia. O
las casas modernas, muchas con patios, corredores y calados muy nuestros, que
se hicieron a mediados del siglo XX en Cali. Y desde luego la arquitectura de
Rogelio Salmona, tan pertinente a la luz, clima, vegetación y topografía de
nuestras ciudades andinas como heredera de nuestras tradiciones edilicias
hispanoamericanas tanto precolombinas como mudéjares, pero que también ha
sabido reconocer las fuertes diferencias regionales, como en su estupenda Casa
de Huéspedes Ilustres en Cartagena.
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