La curadora, crítica de arte y académica mexicana, Avelina Lésper,
se hace esta pregunta a lo largo de cuatro ensayos recogidos en El fraude del arte contemporáneo,
pequeño pero certero libro editado en Bogotá el año pasado por Libros
Malpensante. En la introducción, Ángel Unfried señala cómo la autora rebate
convincentemente la idea de que el “significado” prevalece sobre las obras;
cómo cuestiona a fondo la enorme distancia entre las propuestas y las obras y
denuncia el problema ético de la copia, y cómo desnuda la supuesta protesta de
las mujeres artistas.
En Arte contemporáneo / El
dogma incuestionable, 2012, plantea varios dogmas de la que con toda la
razón dice es la nueva religión del arte: la transubstanciación, dividida en la
del concepto y la de la inhabilidad del significado; el dogma de la bondad del
significado; el del contexto; el del curador; el de la omnipotencia del
curador; el de “todos son artistas”; y el de la educación artística, y denuncia
la estafa de ciertas escuelas de arte.
Concluyendo que no se quiere ver el desfiladero al que se dirige el arte
actual cuando todo es arte.
En Contra el performance,
2011, deja en claro cómo se asume que quienes los hacen son artistas por el
simple hecho de hacerlos en un lugar bendecido por el curador, y que cualquier
cosa que hagan sin talento, técnica o capacidad creadora, o se hagan a si
mismos, es arte. Acciones que se copian, repiten y desgastan llegando a lo
grotesco, anunciando el fin de un movimiento que surgió como un rompimiento,
pero basado en la idea de que el “significado” no requería ser comprendido, y
de hecho muchas veces es poco mas que mera improvisación.
En Robar, plagiar, mutilar/
Formas de copia en el arte, 2013, recuerda como desde que Marcel Duchamp
invento el Reddy-made, el trabajo artístico se transformó pues declaro que el
artista debería ser un pensador mas que un hacedor. Incluso un hacedor de
copias sin original, pues parte de objetos de producción en serie como su
famoso orinal (que probablemente era una “escultura” de una amiga) que el pensó
mejor llamar “fuente” y del que, oculto tras un seudónimo que todo el mundo
sabia que era el mismo, realizó no se sabe bien cuantas copias, mientras lo
explicaba ya con su propio nombre, y desde luego las vendía.
Y, en el último, Arte y
feminismo / Entre la cuota y el chantaje, 2015, Avelina Lésper declara que
estamos ante el avasallante resurgimiento mundial del fundamentalismo con
respecto a las mujeres por parte de las tres religiones monoteístas, pero cómo
las artistas feministas repiten los actos contra los que supuestamente se
rebelan solo que al amparo de museos financiados con los dineros de los
contribuyentes. Que sus obras propician lo mismo que enfrentan al explotar el
tema femenino, desprestigiando un movimiento ahora mas necesario que nunca.
Algo similar al arte actual pasa con esa arquitectura
posmodernista en la que prima la arbitrariedad de sus formas y no su
objetividad, transubstanciación posible gracias al gran desarrollo de los
sistemas de construcción a lo largo del siglo XX, que ha llevado a su
espectáculo, el que, al igual que los museos el arte, legitima cualquier cosa
como arquitectura, dañando el contexto pre existente de los barrios de las
ciudades en las que se implanta como si fuera cirugía estética. Es de lo que
habla Mario Vargas Llosa en La
civilización del espectáculo, 2012, aunque, curiosamente, no se refiera a
la arquitectura.
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