El poeta Eduardo Carranza las anunció sin saberlo hace medio siglo con su hoy manido “sueño atravesado por un río”. Al contrario de París, unida por sus 37 puentes y pasarelas sobre el Sena, muchos de ellos entrañables y el ultimo de hace apenas unos años, desafortunadamente Cali cambió el indudable acierto inicial de los suyos por feos viaductos que, como una coda de los Juegos Panamericanos de 1971, saltaron por encima del río como si se tratara de un obstáculo. No en vano el ingeniero Octavio Gaviria ya había propuesto entubarlo, como se hizo con el Río Arzobispo en Bogotá, y construir una “autopista” encima. Lo mismo pasó con el corredor férreo, que inicialmente era tangente a la ciudad, pero que ahora la divide en lugar de unir su realidad metropolitana con un tren de cercanías, o con la mal llamada Autopista sur oriental, que hubiera podido ser una vía rápida periférica, pero que quedó atravesada, pues la ciudad es longitudinal, o el “Anillo central”, con el que le cercenaron al Centro sus primeros ensanches.
El problema por supuesto es la interrupción del plano base de la ciudad, de las calles y avenidas, plazas y parques que la unen, para dar paso a los vehículos mediante autopistas (que ni siquiera lo son) y viaductos, que conforman barreras urbanas mucho mas graves que las arquitectónicas. Mientras el puente Ortiz, el España, el de la Cervecería, el del Peñón o el de Santa Rosa aún vinculan animadamente a Cali, los viaductos matan todo debajo de ellos, como lo denuncio ya en la década de 1970 el Grupo Ciudad logrando que se abortara un esperpento de tres niveles, como de Los Angeles, concebido para la Carrera 15 sobre las Calles 25 y 26. Ahora, como dice el arquitecto Harold Borrero, habría que demolerlos por valorización, exceptuando, claro, a los que vieron depreciar sus propiedades y además tuvieron que pagar por ello. Y propone comenzar por el que se atravesó frente a la Ermita, al final de la Avenida de las Américas, diseñada por el arquitecto austriaco Karl Brunner en 1947 precisamente para unir la Estación y el Centro, cuando aquí todavía era de uso el tren.
Hubiera podido ser nuestra única y verdadera avenida pero se convirtió en otro obstáculo, como la Carrera Primera y la Calle Quinta, que además acabó de perder su larga y bella alameda. El MIO está dividiendo aun más la ciudad, incluso destrozándola, como en las Calles 13 y 15, mutilaciones que comenzaron con el bello puente Alfonso López, insólitamente amputado hace casi 40 años. Mas no se trata de los buses articulados, que en todas partes van por sencillos carriles “solo bus”, regulados por semáforos sincronizados, si no de sus altas y largas estaciones atravesadas en el espacio urbano, y sus calzadas exclusivas, aunque desocupadas, y que por eso las “invaden”, que cortan la mayoría de las calles. Los carros solo pueden girar a la izquierda por algunas “orejas” improvisadas, que muchos no usan ni menos las motos, entorpeciendo la circulación (ya hubo 20 choques), mientras que ciclistas y peatones tienen que cruzar como puedan, arriesgando su vida (ya hubo un muerto). Solo falta que ahora las enmallen y hagan mas puentes peatonales, consolidándolas como barreras urbanas: toda una pesadilla.
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