La arquitectura de nuestras ciudades nos incumbe a todos y de ahí la importancia de la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Desafortunadamente hace años se concentró en sobrevivir económicamente, y comenzó a competir con los propios arquitectos contratando con el Estado, aprovechándose de su carácter de entidad consultora del mismo, descuidando los concursos públicos de arquitectura. Son obligatorios para las obras públicas pero últimamente, sobre todo en Cali, se asignan a dedo, recurriendo a interpretaciones acomodadas de la ley, y con el consiguiente peligro de mas clientelismo y corrupción, ante el silencio del gremio.
Por otra parte no ha sido posible constituir un “colegio de arquitectos” que, como en muchas partes, vigile sus tarifas y la calidad y completes de su trabajo, de lo que además poco se ocupa el Consejo Nacional de Arquitectura. Igualmente, la orientación de su enseñanza la asumieron el ICFES y la Asociación Colombiana de Facultades de Arquitectura, ACFA, y la revista emblemática de la arquitectura colombiana, Proa, desapareció hace tiempos. Para completar, las Bienales, cada vez mas discutibles, dejaron de ser muestras razonadas de lo que se está haciendo en el país, y trascienden cada vez menos entre ciudadanos y autoridades.
Menos mal que algunas seccionales aun emprenden importantes exposiciones que han viajado por todo el mundo, como las realizadas por la de Bogotá sobre la arquitectura colombiana de los últimos 25 años y la dedicada a la obra de Rogelio Salmona (que no se ha traído a Cali). Y por su parte la Presidencia Nacional de la SCA supuestamente está comprometida en la defensa del edificio principal de El Dorado, el principal y emblemático aeropuerto del país, en cuya innecesaria demolición está empeñado un ministro imprevisible y los nuevos “conquistadores” que están detrás del jugoso negocio de semejante desafuero.
Pero es muy preocupante que la SCA tenga cada vez menos socios y que por lo tanto su representatividad sea cuestionable. Ya importantes arquitectos colombianos han pensado en una nueva agremiación, posible a partir de la Constitución de 1991, mas han desistido por consideración con la institución y creer que aun se puede enmendar. Que podría volver a ser independiente, solvente y decididamente crítica, para lo cual tendría que reducir tajantemente sus costos de operación, ser de utilidad real para el gremio y convencer a los arquitectos de que vale la pena pagar sus cuotas para cumplir con los objetivos para los que fue fundada.
Sería vital para nuestras ciudades, hoy en manos de promotores, dirigentes y autoridades carentes de cultura arquitectónica y conocimientos de urbanismo. Para orientar la enseñanza del oficio, ahora dispersa en cerca de sesenta escuelas que gradúan cientos de arquitectos mal formados, regular la profesión, hoy con frecuencia trivial y sin ética ni experticia, y promover verdaderos concursos de arquitectura, ahora muchos meras seudo licitaciones. Y para difundir un arte y una técnica, con una gran responsabilidad ante el cambio climático, que han acompañado a la humanidad desde el inicio, originado las ciudades que, como lo dijo Lewis Mumford, son, con la lengua, las dos grandes creaciones del hombre.
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