Como dice Carlos Campuzano, Director del Taller Internacional de Arquitectura de Cartagena, que hace 25 años realiza la Universidad de los Andes, lo mejor es lo que uno se lleva puesto. Las personas y lugares que se conocen, lo que se aprende. Este año, entre otros asuntos, uno, muy importante, pero que pasó desapercibido para casi todos, es que los arquitectos tienen que estudiar biología como lo propone Jorge Ramírez experto en bioclimática, lo que también debería ser de interés para los lectores comunes por la sencilla razón de que todos vivimos en ciudades conformadas por edificios. No apenas para entender mejor la ergonomía, la proxémica y la homeóstasis, y desde luego la bioclimática, sino para comprender como afecta al hombre el medio ambiente a través de los sentidos y sobre todo del espíritu.
Relación que el feto humano inicia en algún momento de la gestación y amplia el bebe durante la primera crianza y por supuesto en la niñez y adolescencia, ya modeladas por la cultura. Así, la arquitectura sería el diseño de una segunda matriz, y la tumba, por donde comenzaron los monumentos arquitectónicos, la tercera y última. Antes todo esto era un saber que se trasmitía en los talleres y cofradías de los alarifes, pero que ahora se tendría que enfrentar en las universidades, en las que ni siquiera existen las disciplinas mencionadas arriba, y mucho menos se enseña a mirar, lo que si hacen los músicos, que les muestran a sus aprendices como oír. Por ejemplo, solo Sebastian Irarrázabal y algún otro, adivinaron la belleza oculta del espacio del maltrecho auditorio del Museo Naval, en donde se realiza el taller en una magnifica nave que por lo contrario no es tan bella.
Y de nuevo, cerca del 90% de los 143 estudiantes y 46 profesores, de todo el mundo, que asistieron al taller, no vieron de una que la única manera de hacer cuatro triángulos equiláteros idénticos con solo seis palitos iguales, es levantando tres para conformar un tetraedro, y los pocos que acertaron fue por ser buenos en matemáticas (la prueba se hizo entre mas del 15% de los asistentes). Es decir, que los arquitectos siguen pensando en dos dimensiones cuando diseñan espacios de cuatro, pues además de tener tres se recorren en el tiempo. Unas bases de biología les ayudaría a entender la mirada humana, y las ciudades en tanto hábitats. Y desde luego la oxidación del hormigón, que seduce a Fernando López, no es solamente un asunto químico, como tampoco el impacto del clima en los bellos tapiales de Mauricio Rocha.
Lo que si debió quedar bien claro a muchos, después de la muy pertinente conferencia de María Elvira Madriñan, es que Rogelio Salmona es el mejor arquitecto moderno de Latinoamérica, como lo proclamó enfáticamente Campuzano, precisamente por su defensa de las ciudades para sus habitantes –es hacer política decía-, e incluso que su obra es de talla mundial, como lo remarcó Carlos Mijares, quien aprovechó este año para cumplir 80. Edad serena en la que por pura experiencia algo de biología se sabe, sobre todo cuando se gusta de los chiles mas picantes, y de inventar trabas para arcos, bóvedas y cúpulas de ladrillo visto. No en vano las guerras se dirigen es desde la retaguardia, y solo así podremos evitar caer en lo Kitsh que tanto y con razón le molesta a Jorge Moscato.
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