Como recomienda Jorge Ramos (El País, 04/05/2017): “Todo se puede decir en 12 minutos o menos. Después de ese tiempo, la gente
se distrae o se empieza a aburrir. Esto significa que no debes usar más de 1800
palabras en tu plática”, es decir apenas un poco de tres veces esta columna. Pero son pocos los que
practican lo de hablar corto por el trabajo que demanda hacerlo bien. Como lo describía
Winston Churchill: “si tengo que pronunciar un discurso de dos horas empleo diez
minutos en su preparación [pero si] se trata de un discurso de diez minutos,
entonces tardo unas dos horas en prepararlo” (citado
por María Lacalle Noriega: Lo breve, si
bueno…, 2014).
Sin embargo el hecho es
que conviene recordar el muy conocido mas poco practicado consejo del jesuita y
escritor del Siglo de Oro español
Baltasar Gracián,
“lo breve, si bueno, dos veces bueno” pero sin llegar al twitter que no sirve sino para gritar …y
ensordecer o simplemente bobear, al punto de que, como dice Umberto Eco, en
las “redes sociales” prima la desinformación (De la estupidez a la locura, 2016). Y con los textos
escritos, aparte desde luego de las novelas y eso si son buenas, sucede lo
mismo; es preciso hacerlos cortos –pero completos por supuesto- lo que demanda
mucho más trabajo pero sin duda quedan mucho más claros para los lectores,
evitando su interpretación equivocada o acomodada o fraudulenta cuando no su
tergiversación.
Es el preocupante caso de
las normas urbano-arquitectónicas de Cali, por ejemplo, en las que se ha
gastado mucho tiempo, y dinero de los contribuyentes, pero que en lugar de ser
claras y escuetas son repetitivas, o ignorantes de importantes temas mientras
otras son obsoletas, o ambiguas o contradictorias. Es decir, propicias para la
corrupción y difíciles para su control, el que por lo demás poco se lleva a
cabo, acarreando la actual situación en el sentido de que la mayoría de las
construcciones de la ciudad no las cumplen, y ni siquiera se respetan en las
intervenciones en sus Bienes de Interés Cultural si no es que olímpicamente se
los demuele sin permiso.
Normas que tendrían que basarse en unos pocos asuntos como
uso, volumen y requerimientos. Los usos son vivienda, comercio, oficinas,
talleres, fabricas, educación, recreación, servicios y administración. Los
volúmenes son altos, medianos o bajos, entre medianeras, exentos o aislados.
Los requerimientos, ya tratados en Caliescribe.com (Las normas urbano arquitectónicas, 24/12/2011), son de acceso, circulaciones horizontales y
verticales, evacuación de emergencia, sismoresistencia, sostenibilidad
(climatización pasiva, iluminación natural, reciclaje del agua y las basuras),
contextualidad con el entorno construido, y medidas máximas y mínimas.
Pero por supuesto lo importante sería
indagar por qué no es así. Por que no llamamos al pan pan y al vino vino si, como dijo Henri Poincaré, “una
palabra bien elegida puede economizar no solo cien palabras, sino cien
pensamientos” (Wikiquote). Es la trampa: esa contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o
manera de eludirla, con miras al provecho propio, según la define el DLE, y el
caso es que en este caso ni siquiera lo es: no es sino mirar bien la “ciudad”
que forzosamente tienen que compartir. Y los “ciudadanos” que aquí se han
producido a base de puro blablablá
no votan ¿por que para que? piensan, dejando que otros, los “políticos”,
decidan por ellos, en lugar de pensarlo mejor y hacerlo en blanco.
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