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Chicago Cali. 20.12.2018


  Su área metropolitana tiene nueve millones de habitantes pero Chicago sólo casi tres y bajando, como Cali y poblaciones vecinas pero subiendo. Desde O’Hare, el aeropuerto mas grande de USA y sexto del mundo, hacia el downtown, es como la vieja Bogotá pero, de repente, el Loop sí que recuerda tantas  ciudades que en todas partes imitaron los rascacielos que se inventaron allí después del gran incendio de 1871, aunque sin los de Ludwig Mies Van der Rohe, o el John Hancock Center de Skidmore, Owings and Merrill, o la Torre Sears de Bruce Graham, o los dos de Marina City de Bertrand Goldberg ni, desde luego, el Home Insurance Building, 1885, de William Le Baron Jenney, primero en el mundo.
En Cali fue la explosión de 1956, que destruyó parte de la ciudad, entonces de 300 mil habitantes, la que dió inicio a una renovación urbana que se disparó para los Juegos Panamericanos de 1971, ya con casi un millón, y lo ”moderno” remeplazó lo “viejo” con puentes y vías sin andenes ni continuidad. Y sigue sin reutilizar todo pese a ser lo sostenible, ni proteger la memoria colectiva para la convivencia de sus gentes, que en estas dos ciudades son de diversas procedencias, pero si en ambas ahúllan las sirenas, allá pitan menos aunque se oye más en su grato silencio y muchos ríen y hablan español y hay orden y limpieza, aquí es “in” poner avisos en ingles, hay inseguridad, atropello y mugre y no se disfruta su clima único.
Chicago es su skyline, desde el lago Michigan, y el imponente conjunto de rascacielos a los lados del rio; pero mientras el primero también se ve en otras partes, como la (nueva) Panamá que lo usa para su promoción, lo del rio es único: una exhibición de todo tipo de edificios, en los que es el gris el que es de todos los colores, unidos por amplios pasajes interiores que pasan sobre las calles y por un rio “construido” y con muchos puentes. En Cali, por lo contrario, su imagen es todo el año la de su bello paisaje natural de infinidad de verdes en sus tres cerros, la muy alta cordillera atrás y sus espectaculares Farallones, el rio que la atraviesa, y el mar de caña y guaduales a sus pies, pero que se ve cada vez menos.
La World's Columbian Exposition, 1893, de Daniel Burnham y Frederick Law Olmstead, que se pensó como lo debía ser una ciudad, originó la Escuela de Chicago con reconocidos arquitectos, además de Le Baron Jenney (1832-1907), como Henry Hobson Richardson (1838-1886), Dankmar Adler (1844-1900) y Louis Sullivan (1856-1924) con quien se inició Frank Lloyd Wright (1867-1959). En Cali, para los Juegos del 71, trabajaron arquitectos como German Samper, el CAM, Julián Guerrero y Jaime Camacho, la Gobernación, y, con Bruno Violi, Fernando Martínez, Aníbal Moreno, Francisco Zornoza, Manuel Lago y Harold Martínez, la Universidad del Valle, coordinados por Diego Peñalosa.
Chicago y Cali se salvaron de “un Calatrava” y allá queda el Crown Hall de Mies (la escuela de arquitectura del IIT) y las casas de Wright en Oak Park, pero acá las de Borrero, Zamorano y Giovanelli, y de Lago y Sáenz, la mejor arquitectura domestica del país a mediados del XX, se han demolido casi todas, y el Club Campestre, de talla internacional, ya es irreconocible por las torpes intervenciones posteriores, y cada nuevo edificio de la Universidad del Valle, Premio Nacional de Arquitectura de 1972, es peor. Solo falta que le “cambien la cara” a la antigua FES, 1990, de Raúl H. Ortiz, Jaime Vélez, Pedro Mejía y Rogelio Salmona, única obra suya en la ciudad, pese a ser hoy el Centro Cultural de Cali.

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