Su área metropolitana tiene
nueve millones de habitantes pero Chicago sólo casi tres y bajando, como Cali y
poblaciones vecinas pero subiendo. Desde O’Hare, el aeropuerto mas grande de
USA y sexto del mundo, hacia el downtown, es como la vieja Bogotá pero, de
repente, el Loop sí que recuerda tantas
ciudades que en todas partes imitaron los rascacielos que se inventaron
allí después del gran incendio de 1871, aunque sin los de Ludwig Mies Van
der Rohe, o el John Hancock Center de Skidmore, Owings and Merrill, o la Torre
Sears de Bruce Graham, o los dos de Marina City de Bertrand Goldberg ni, desde
luego, el Home Insurance Building, 1885, de William Le
Baron Jenney, primero en el mundo.
En Cali fue la explosión de 1956, que destruyó parte de la ciudad,
entonces de 300 mil habitantes, la que dió inicio a una renovación urbana que
se disparó para los Juegos Panamericanos de 1971, ya con casi un millón, y lo
”moderno” remeplazó lo “viejo” con puentes y vías sin andenes ni continuidad. Y
sigue sin reutilizar todo pese a ser lo sostenible, ni proteger la memoria
colectiva para la convivencia de sus gentes, que en estas dos ciudades son de
diversas procedencias, pero si en ambas ahúllan las sirenas, allá pitan menos
aunque se oye más en su grato silencio y muchos ríen y hablan español y hay
orden y limpieza, aquí es “in” poner avisos en ingles, hay inseguridad,
atropello y mugre y no se disfruta su clima único.
Chicago es su skyline, desde el lago Michigan, y el imponente
conjunto de rascacielos a los lados del rio; pero mientras el primero también
se ve en otras partes, como la (nueva) Panamá que lo usa para su promoción, lo
del rio es único: una exhibición de todo tipo de edificios, en los que es el
gris el que es de todos los colores, unidos por amplios pasajes interiores que
pasan sobre las calles y por un rio “construido” y con muchos puentes. En Cali,
por lo contrario, su imagen es todo el año la de su bello paisaje natural de
infinidad de verdes en sus tres cerros, la muy alta cordillera atrás y sus
espectaculares Farallones, el rio que la atraviesa, y el mar de caña y
guaduales a sus pies, pero que se ve cada vez menos.
La World's Columbian Exposition, 1893, de Daniel
Burnham y Frederick Law Olmstead, que se pensó como
lo debía ser una ciudad, originó la Escuela de Chicago con reconocidos
arquitectos, además de Le Baron Jenney (1832-1907), como Henry Hobson Richardson (1838-1886), Dankmar Adler (1844-1900)
y Louis
Sullivan (1856-1924) con quien se inició Frank Lloyd Wright
(1867-1959). En Cali, para los Juegos del 71, trabajaron arquitectos como
German Samper, el CAM, Julián Guerrero y Jaime Camacho, la Gobernación, y, con
Bruno Violi, Fernando Martínez, Aníbal Moreno, Francisco Zornoza, Manuel Lago y
Harold Martínez, la Universidad del Valle, coordinados por Diego Peñalosa.
Chicago y Cali se salvaron de “un Calatrava” y allá queda el Crown
Hall de Mies (la escuela de arquitectura del IIT) y las casas de Wright en Oak
Park, pero acá las de Borrero, Zamorano y Giovanelli, y de Lago y Sáenz, la
mejor arquitectura domestica del país a mediados del XX, se han demolido casi
todas, y el Club Campestre, de talla internacional, ya es irreconocible por las
torpes intervenciones posteriores, y cada nuevo edificio de la Universidad del
Valle, Premio Nacional de Arquitectura de 1972, es peor. Solo falta que le
“cambien la cara” a la antigua FES, 1990, de Raúl H. Ortiz, Jaime Vélez, Pedro
Mejía y Rogelio Salmona, única obra suya en la ciudad, pese a ser hoy el Centro
Cultural de Cali.
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