Lucía, una lectora de esta columna, se pregunta, refiriéndose a la
serie de prioridades que debería enfrentar Cali, expuestas aquí (Desde el mas acá, El País 31/08/2012),
si será un sueño pensar en llevar a cabo un plan como ese o sí somos un caso
perdido. Y concluye, con toda razón, que “analizando punto por punto vemos cómo
la corrupción se ha apoderado de cada área: cuencas de los ríos, construcciones
en zonas de alto riesgo, transporte colectivo, tren, área metropolitana, plan
de ordenamiento territorial, policía, patrimonio cultural”. Corrupción
generalizada que en una ciudad pluricultural dificulta que todos sus ciudadanos
se identifiquen con ella, haya solidaridad, se facilite su convivencia, y
participen activamente en la política local.
La
realidad es que en las organizaciones, especialmente en las públicas, la
práctica de utilizar sus funciones y medios en provecho propio, económico o de
otra índole, es en este país pan de todos los días. Y probablemente mas aun en
Cali, como lo demuestra que sus alcaldes terminan todos desde hace años con
problemas judiciales, pero insistimos en no aceptar que la subcultura del
narcotráfico, esencialmente corrupta y violenta, nos ha invadido por todas
partes. Desde el tránsito, que no el tráfico, y
gracias al lector que se firma “Constituyente” por la aclaración,
quien didácticamente preguntó ¿ transita, o trafica ? La triste realidad es que cada día se
trafica mas y es mas desagradable transitar en carro por las calles llenas de
huecos y policías acostados y sin carriles de esta ciudad, y ni se diga a pie
pues no hay andenes.
Quienes
rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, deberían no solo dominar lo
referente al gobierno del Estado, sino también, en el caso de las ciudades,
tener los conocimientos y experiencias, y experticia, necesarios para
orientarlas, como son su geografía, historia, socio economía, urbanismo y arquitectura, es decir, su
cultura. Y autoridad para regirlas, pues sin ella no se puede guiar y dirigir
una colectividad de ciudadanos y planificar su escenario construido, sobre todo
cuando hay tanto caos y corrupción, como es el caso de Cali. Pero nos siguen
hablando de que se le cambió la cara y que somos los mas felices del mundo
mientras ignoramos que aquí está la mayor conglomeración de gente en el país en
una zona de alto riesgo sísmico, y de inundación por la ruptura del jarillón
del Río Cauca, y peor si se juntan.
En general aquí se dicen las cosas
sin conocimiento ni reflexión. No se ven de nuevo ni detenidamente, o de otra
manera o ángulo. Lucía sí lo hizo, encontrando que
esas prioridades lo son porque siendo aspectos cruciales están fallando por la
corrupción propia de la cultura mafiosa que nos invadió. Ergo, hay que acabar
con el narcotráfico, pero la única manera, ya se sabe, es despenalizando las
drogas. Antonio Caballero lo viene diciendo hace años. Aunque la violencia no
se acabaría de inmediato, el hecho es que cuando las drogas no estaban prohibidas
no había tanta corrupción ni vicio. Y Cali era más ciudad cuando era pueblo,
como dice Sylvia Patiño después de fotografiarlos por todo el mundo. Mas solo
será posible acabar con la prohibición acabando con la narco política, circulo
vicioso que solo romperá el voto en
blanco.
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