“El orden
subyacente en el corazón de la ciencia” como subtitula Peter Waston su reciente
libro, 2017, es algo en general desconocido y lo mismo sus consecuencias, ya
que, como él concluye, “el fundamento último de la realidad [es] matemático”
(p. 411). Y ya se sabe que la matemática
es la ciencia del tiempo y el espacio en un único continuo, tal como lo es el universo…o
una sencilla casa que por lo mismo no es tan simple, error en el que caen
tantos promotores inmobiliarios y lo mismo los malos clientes. Para Stephen
Wolfram (1959) conocido por su trabajo en las ciencias de la computación,
matemáticas y en física teórica: “unas pocas reglas simples pueden conducir
tanto a una gran complejidad como a un orden […] que son las dos caras de la
misma moneda” (P. 404).
Cómo
dice Edward O. Wilson, el famoso biólogo (1929): “El arte imita, intensifica y
“geometriza”, en bien de la claridad [y se] mantiene fiel a las antiguas normas
fundamentales hereditarias que definen la estética humana [pues] lo que
engendró las artes fue la necesidad de imponer orden sobre la confusión causada
por la inteligencia”. (pp. 440 y 441)”, y de ahí la confusión actual, en
sentido contrario, que denuncia Avelina Lésper en El fraude del arte contemporáneo, 2015.
Eso de que el “significado” prevalece sobre la obra; la enorme distancia entre
las propuestas y las obras, el problema ético de la copia, y la supuesta
protesta de las mujeres artistas (ver columna ¿Ciudad, El País, Cali
29/01/2016).
Es
la ignorancia de los que creen en supuestas “originalidades” ya que, según lo
ha podido comprobar Stephen Wolfram (1959) conocido por su trabajo en las
ciencias de la computación, matemáticas y en física teórica: “unas pocas reglas
simples pueden conducir tanto a una gran complejidad como a un orden […] que
son las dos caras de la misma moneda” (p. 404); lo que es fácilmente
comprobable en la historia de la arquitectura.
No en vano la influencia de las matemáticas en las prácticas artísticas
es igualmente vererificable, por ejemplo el arte abstracto y las matemáticas
modernas estudiada por lynn Gamwell (1943) y hay otros ejemplos más (p. 449).
Por
eso es que la respuesta a la famosa pregunta de Gottfried Wilhelm Leibniz
(1646-1716), de por qué hay algo en lugar de nada, habría que contestar qué
si no hay algo no se podría preguntar nada; algo como si puede existir una
“biología de la belleza” (p. 441) ¿Interesante no? Y, en este
sentido, y como encontró el economista Richard Thaler (1945), ”los profesores
consiguen mejores resultados [con] sus alumnos si reciben una bonificación al
principio […] de la cual se les va descontando si no cumplen con las metas acordadas”
(p. 382) ¿Puramente cultural o también biológico?.
El
caso es que, en general en Colombia y en particular en Cali, los distintos
saberes profesionales no convergen, cada cual se considera “experto” en lo
“suyo” y de ahí que no haya verdaderos planes de desarrollo ni para la regiones
ni para las ciudades ni para sus sectores. Al punto de que la pregunta de
Leibniz aquí se puede formular al revés: porque no hay nada en lugar de algo.
Es lo que ha unido a un grupo de profesionales de la Sociedad de Mejoras
Públicas de Cali, la Sociedad Colombiana de Arquitectos filial del Valle, y
profesores de las tres escuelas de arquitectura de la ciudad, con el fin de
realizar un marco interdisciplinario para un plan a largo plazo para el valle
del río Cauca.
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