En una ciudad que ha crecido tanto y tan rápido como Cali, y con
migrantes del campo, o de pequeños pueblos pero que no han tenido tiempo de
adaptar su cultura urbana a la gran ciudad, ni quien se los enseñe, la mayoría
de sus habitantes no entiende aún suficientemente lo de su espacio urbano
público, y por lo tanto su adecuado uso y correcto comportamiento en el. No se
entiende que es justamente el carácter de público lo que determina lo urbano, y
que lo urbano a su vez determina el tipo de espacio habitado y casi todo lo que
sucede en él, lo que equivocadamente parecería ser lo único que importa en esta
ciudad que tanto equivoca sus “soluciones” al no ver bien que causa sus problemas.
El espacio urbano no se
puede ocupar al punto de que casi desaparezca como tal, como sucede por ejemplo
con los andenes en el Centro de Cali. Pero la solución no es desplazar a los
vendedores informales sino reubicarlos allí, en donde tienen sus clientes, en
las partes mas anchas de las calles, donde no obstaculicen la circulación, y en
algunos lotes como lo ha propuesto el arquitecto Oscar Mendoza. Lotes que se
podrían expropiar, como son los de los que demolieron sin permiso sus casas
para poner estacionamientos, adecuándolos como pequeñas plazas de mercado bajo
altas cubiertas para evitar su vandalismo, y desde luego pagando un mínimo
derecho y legalizando su actividad.
No se entiende que la
diferencia entre el espacio urbano y el espacio rural radica en que los
edificios conforman el primero, mientras que es la ausencia casi total de ellos
lo que caracteriza el segundo. En la ciudad son los edificios, mas que la misma
superficie de sus calles, plazas y parques, lo que determina su espacio urbano
público, creando no solo un paisaje urbano sino determinando su uso. En el
campo, por lo contrario, precisamente lo que cuenta es su superficie: el
paisaje agropecuario o natural que rodea sus muy pocas edificaciones. Radical
diferencia que es imperativo mantener para no perder las bondades que ofrecen
uno y otro, como lamentablemente está sucediendo en este verde, bello, valle.
Tampoco se entiende que
lo público es lo de todos, por lo que no se debe intervenir en el si no a
través de las autoridades competentes, elegidas democráticamente, las que en
Cali, equivocadamente, han dejado a los particulares el diseño, construcción y
mantenimiento de sus andenes. No se ve que “privatizar” lo que es público es
“robárselo” a los demás pasando por encima de sus derechos, e incluso
comprometiendo su vida al obligar a los peatones, por ejemplo, a bajarse a las
calzadas por donde circulan motos y carros; pero igualmente cuando estos se
trepan a los andenes, lo que debería constituir un delito punible como lo
pretende el nuevo código de Policía.
Sólo cuando se entienda
que lo público prima sobre lo privado, y lo urbano sobre lo arquitectónico,
mejorará el espacio urbano público de la ciudad, y con él su calidad de vida:
su funcionalidad, confort y belleza, y hasta la seguridad. Cuando se entienda
que la ciudad es su espacio urbano público y por ende los edificios que lo
conforman, y no apenas todo lo que sucede en el, lo que además lo determinan en
buena parte. Pero primero lo tienen que entender las autoridades para que no le
sigan dando palos de ciego a una ciudad en que aún no entienden que su espacio
es lo que dejan los edificios, que urbano es lo perteneciente a la ciudad, y
que público es lo conocido por todos, y que pertenece a todos, al Estado.
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