“¿Quién es el verdadero experto? ¿Quién decide quien es y quien no
es un experto? ¿Dónde está el metaexperto?” pregunta Nassim Nicholas Taleb (Jugarse
la piel, 2018. p. 202) y no sobra repetir que dicen que para Frank Lloyd Wright
se trataba de especialistas que han dejado de pensar y solo saben, y
supuestamente identificados por personas que no saben y solo piensan, se puede
agregar. “Quienes hablan deberían actuar y quienes sólo quieren actuar deberían
hablar” (p. 51), podría ser la respuesta más adecuada: demostrar lo que se dice
con lo que se hace y hacer lo que se dice; el “menos es más” de Mies van der
Rohe, o “la permanente recreación de lo que otros ya han creado” de Rogelio
Salmona.
Pero, como también lo ha
señalado Taleb, “ahora los arquitectos [diseñan] para impresionar a otros
arquitectos, y al final acabamos con estructuras extrañas –e irreversibles- que
no satisfacen el bienestar de sus residentes; lleva tiempo acomodarse a ellas”
(p. 52). El caso es que, como él remata, “las cosas diseñadas por personas que
no se juegan la piel tienden a ser más complicadas (antes de su colapso final)
(p. 52). Y la explicación pude ser que
“no entienden la sencillez” (p. 53) y no sólo que ya no opera el código de
Hammurabi que mandaba que si una casa se derrumba, y mata a su propietario, su
constructor sea condenado a muerte, pues “lo ético siempre es más solido que lo
legal” (p. 86).
“El cambio por el cambio
[en] arquitectura, la alimentación y los estilos de vida, es frecuentemente lo
contrario del progreso” acierta de nuevo Taleb (p. 208 N). Es el problema de
los que “han sido educados a medias” (p. 324) como tantos profesionales
actualmente en Colombia, muchos de cuyos profesores suelen hablar pero no
actuar, cómodamente instalados en sus torres de marfil, en donde muchos enseñan
un oficio como lo es la arquitectura sin practicarlo ni estudiarlo, por lo que
paradójicamente han sido tan valiosas las excepciones que siempre hay.
Arquitectos que proyectan, escriben y enseñan, o profesores que estudian,
investigan y enseñan.
Por otro lado “la
especialización produce efectos secundarios: uno de ellos es la separación del
trabajo de sus propios frutos” (p. 52) es decir que son personas que en su
trabajo no se juegan el pellejo, como se dice aquí. Arquitectos que no habitan
lo que diseñan, al contrario de Salmona, por ejemplo, que vivía y trabajaba en
sus edificios. Como todos los grandes arquitectos modernos, al punto de que
habría que preguntarse, como si fuera una pregunta de Taleb, cómo son las casas
de los malos arquitectos o, mejor, definir al arquitecto por su casa, lo que en
muchos casos sería muy fácil pues como sentencia Taleb: “Si le gustas a la
gente […] es que estás haciendo algo mal” (p. 207 ).
Como dice Taleb “la mayoría
de la gente es más feliz en barrios pequeños, donde pueden sentir el calor y la
compañía humana [pero] cuando ganan mucho dinero acaban recibiendo presiones
para mudarse a mansiones enormes, impersonales y silenciosas, alejadas de sus
barrios” (p. 239), o por lo menos a sosos apartamentos en un piso muy alto,
“torres” les dicen, desde luego presionados por otros, desde los familiares y
amigos metidos hasta los vendedores de finca raíz y sus acólitos de la
propaganda engañosa. Todos ellos “expertos” que no saben pero si piensan…en
ellos; pero como es imposible no depender de otro, finalmente tampoco piensan
en ellos.
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