Leyendo Agua por todas partes, 2019, de Leonardo Padura, se puede
entender claramente para qué se hace un proyecto arquitectónico y su
importancia para la ciudad en la que se emplaza. Casi basta con cambiar novela
por arquitectura y La Habana por alguna de las ciudades del trópico
hispanoamericano. Y lo mismo que el escritor al terminar su trabajo, el (buen)
arquitecto ya no será el mismo que al empezarlo, y se abrirá al mundo más allá
de su arquitectura local (p. 257) o por lo contrario la descubrirá, hay que
agregar.
Ya se sabe que la esencia
de la arquitectura es la creación, la que radica en la potencialidad creativa
del arquitecto. Para crear se debe poseer imaginación, pero ¿cómo se las
arregla un arquitecto (la mayoría) que no este dotado especialmente? El método
resulta tan sencillo como devastador: acercarse a la realidad ya existente,
presente o pasada, cercana o distante, y conocerla. Moverse por la historia y
la geografía de territorios ajenos y leer libros, y (antes y después) visitar
lugares específicos cercanos (pp. 263 y 264).
“Desde el punto de vista sociológico, la
historia del arte no tiene sentido en si misma, forma parte de la historia de
una sociedad, del mismo modo que la ropa, los ritos funerarios y nupciales, los
deportes y las fiestas”, recuerda Padura que dice Milan Kundera, El Telón,
2005, pero aunque la historia nos define a veces la definimos, y señala que:
“El arte […] y la sociedad mantienen una convivencia compleja y en ocasiones
dolorosa pues esta no siempre está preparada para las respuestas
arquitectónicas…” (pp. 266 y 267).
Para el ciudadano que no
sea un simple consumidor de arquitectura, también resulta crucial ese
conocimiento. La arquitectura que nace con una finalidad, y con la intención
más allá de las peripecias de conocer o entender las intenciones más profundas
que explican para qué fue proyectado un edificio, le abre las puertas a una
comprensión más acabada del hecho artístico. Lo que incide en el conocimiento
de mecanismos sociales, políticos y existenciales propios de una sociedad, y de
la condición humana (p. 273).
Y de nuevo Padura cita a
Kundera: “Preso de angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo
nunca dicho y volverá, dócilmente, a ponerse al servicio de la vida colectiva,
que exige de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a
confundirse, alegre y en paz, con la uniformidad del ser.” Entonces los recursos empleados cobran otras
dimensiones, más utilitarias y perfiladas hacia un fin no sólo estético, sino
ideoestético, el para qué y en dónde, y no apenas para ganar dinero (pp. 274 a
277).
Así la ciudad consigue
armar el tejido social, arquitectónico, racial y psicológico en que se vive, y
se convierte en el escenario más representativo de una región; su paisaje
urbano es reflejo de un espacio social y sus diferentes contextos: raciales,
políticos y por supuesto arquitectónicos; un ámbito urbano. (pp. 346 a 349). Finalmente
Padura hace hincapié en el caso de Alejo Carpentier quien estudio un par de
años de arquitectura y sabía mucho sobre esta como es evidente al leer sus
novelas (p. 352).
Ver edificios por todas
partes, es, en 2019, la realidad cotidiana de cada vez mas personas en el
mundo, pero lo que muchas poco entienden o que ni siquiera les interesa, es
para qué es la arquitectura, ni ven la importancia de las ciudades en tanto
espacios públicos conformados por edificios. Solo queda esperar que al terminar
esta columna, si es que tuvieron la curiosidad de leerla, ya no sean los mismos
y comiencen a abrir los ojos y miren a fondo su ciudad y su
arquitectura…principiando por los arquitectos si acaso los hay.
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