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Flores de un día. 25.09.2008

Nuestra publicitada arquitectura reciente no pasa de calcar sin imaginación las formas de moda de las estrellas internacionales. Además, como concluye un articulo de Semana sobre el tema (22/09/2008 ), “varios de esos proyectos se han venido deteriorando con el tiempo, han quedado inconclusos o no cumplen a cabalidad sus propósitos porque están en continua reparación”. El hecho lamentable es que nos preocupamos mas por las imágenes de moda y los premios que por la realidad de las ciudades y  edificios en los que tenemos que vivir. Carecemos de ese sentido de pertenencia y  lo pertinente que les permite a los venecianos, por ejemplo, protestar por el nuevo puente sobre el Gran Canal, cuya justificación es que hasta Venecia, que rechazo bellos proyectos de Wrigth y Khant, tenia que tener un puente de Calatrava, una de las estrellas de moda por estos días. Arquitectura espectáculo promovida por los políticos locales buscando el “efecto Bilbao” pues el de su conocida bienal se agota año a año sumida en la crisis del arte posmoderno.
          Pero aquí ni siquiera nos damos por enterados del estado actual de la premiada biblioteca de Santo Domingo en Medellín, inaugurada solo hace año y medio, pese a que anuncia su precipitada vejez, sobre todo tratándose de un edificio público en un país en donde su mantenimiento no suele ser el mejor. Sus caparazones de Dry Wall han sido atacados por la humedad en muchas partes, las ventanas carecen de gotero y se les acumula el agua en la esquina mas baja, las “escamas” de su recubrimiento se están cayendo y manchando, y el piso de madera de una de las terrazas ya se comenzó a romper, lo que es un peligro para los que caminan por él, por lo que pronto seguramente será cerrada. Tampoco se mencionan sus problemas de ruido y privacidad, ni la inseguridad que en caso de incendio representan los vacíos perimetrales de sus tres volúmenes. Ni su inexistente sistema de evacuación, especialmente en el demasiado pendiente auditorio, ni las peligrosas puertas correderas de sus salones. Ni los cuartos de aseo al lado de los ascensores, a la vista de los visitantes, ni sus incómodos baños.
          Tampoco parece importar que no se intentara conformar un espacio urbano publico ya iniciado por la sencilla iglesia allí presente, la que sin duda fue considerada desechable. Ni que teniendo el valle de Aburra a sus pies casi no se lo pueda ver debido a sus escasas, inclinadas y altas ventanas, muchas de las cuales miran es al volumen inmediato, o por lo tupido del innecesario enrejamiento, a la moda, de sus balcones. O que desde abajo sus oscuros volúmenes se confundan con el verde casi negro de los cerros inmediatamente detrás, al punto de adquirir una imagen siniestra que ha llevado a los taxistas a bautizarla como el castillo de Drácula. Y por supuesto lo inquietante del apodo es que apunta a la “disneylizacion” de nuestra arquitectura y con ella la de nuestra vida. Todo por tratar de vendernos la idea de que la arquitectura mala de nuestras ciudades actuales se puede suplir con imágenes supuestamente novedosas, pero que pronto se marchitan como flores de un día al pasar por alto sus comprobables deficiencias de contexto urbano, constructivas y funcionales.

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