De las amenazas del siglo XXI que ya afrontan las ciudades, la más
grave es el cómo las afectará el cambio climático. Manuel Rodríguez Becerra (“Nuestro
planeta, nuestro futuro”, 2019, pp. 279 a 314) señala varias situaciones al
respecto, y de otro lado cómo disminuir significativamente su actual
contribución al mismo, advirtiendo que cada ciudad tiene características
ambientales únicas que hay que considerar. Y hay que agregar que hay que
hacerlo junto con las urbano arquitectónicas.
Igualmente advierte que las ciudades de los países desarrollados y
los retos que enfrentan son muy diferentes a las de los países en desarrollo. Y
las que están en el trópico, como Cali, son opuestas a las que se encuentran
tanto al norte, en Estados Unidos y Europa, como en el sur, en el su de Brasil,
Uruguay, Paraguay, Argentina o Chile, marcadas por el paso de cuatro
estaciones, lo que en Colombia en general poco se considera y lo del trópico se
entiende mal o vergonzosamente.
El creciente aumento de las demandas de las ciudades sobre la
biosfera, la litosfera, la hidrosfera y la atmósfera será enorme y se requieren
transformaciones a fondo sobre la cantidad y las formas de utilización de lo
que sus habitantes consumen, que suma el 70% de la energía y el 60% de los
materiales, generando el 70% de las emisiones totales de dióxido de carbono, y millones
de toneladas de basura incluyendo toda clase de alimentos vergonzosamente
dilapidados sin consumir.
Hay que pensar la relación ciudad-naturaleza a partir de su
estructura ecológica principal, y respecto de la contaminación, por ejemplo,
responsable en el año 2015 del 16% de todas las muertes, muchísimas más que las
de las guerras y violencias juntas, un estudio de la Comisión Lancet concluye
que gran parte puede ser eliminada y que su relación costo beneficio sería
efectiva. Y algo similar pasaría con el uso responsable del agua potable en las
ciudades, y de bosques y selvas.
Es preciso reducir, reutilizar, reciclar y recuperar todo lo que
se pueda. A lo que hay que agregar remodelar edificios y no demolerlos,
juntando las anteriores acciones pero agregando el aspecto cultural, su
contextualidad urbano arquitectónica. Y sin emisiones de carbono, de alta
eficiencia energética, basura cero y reciclaje de todas las aguas utilizadas en
ellos junto con las de las lluvias. Y densificar las ciudades para moverse
caminando y en bicicleta o en transporte público.
Como recuerda Rodríguez que ya dijo Sócrates: “De lejos, la mejor
y más admirable forma de sabiduría es la necesaria para planificar y embellecer
ciudades y comunidades humanas” y, como advierte Gary Gardner: “En la primera
década de este nuevo siglo los humanos traspasamos un umbral histórico cuando
se estimo que la mitad de nosotros ya viviría en ciudades. Nos convertimos, por
primera vez, en una especie predominantemente urbana”, es decir, en urbanitas.
“Lo que hay que salvar es nuestra especie, el Homo sapiens con la
civilización que ha construido, y para hacerlo tenemos que entender que vivimos
en un planeta muy diferente al que muchos suponen que existe y que se dio por
garantizado durante miles de años, aceptar que somos solo una parte de la
compleja trama de la vida, y asumir sus consecuencias” concluye Manuel
Rodríguez Becerra (p. 23). Más ética,
estética y política, y apoyar a Greta Thunberg como él sugiere.
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