Poco después de graduarse Jaime
Vélez integró con varios de sus compañeros de estudios, un recordado y
reconocido grupo de profesores de taller en la Facultad de Arquitectura de la
Universidad de los Andes de Bogotá, en la década de 1960. No es que le gustara
enseñar pues prefería sentarse en las oficinas de la facultad a ver revistas,
de arquitectura, claro.
Pero cuando la presencia de sus
estudiantes mirándolo al otro lado del vidrio lo hacia salir y sentarse en una
mesa, solía desenroscar la tapa de su enorme y negro y envidiado estilógrafo
Sheaffer de tinta negra (o que debería haber sido negra), y comenzaba a dibujar
al revés, para que sus alumnos vieran el dibujo al derecho, un complejo corte
por fachada, por ejemplo.
Lo hacia desde la parte mas alta de
una edificación aparentemente hipotética, bajando como una gota de agua por toda
la fachada y diciendo en cada parte lo que sucedía con el agua, el polvo y el viento. Todos quedaban asombrados
y algunos pocos comenzaban a entender que la arquitectura también es eso: el
detalle pertinente, cuya belleza surge de su eficiencia, sencillez y economía y
no de una supuesta “creatividad”.
Por algo decía Auguste Perret (1874 - 1954), el famoso arquitecto frances, que “el que no construye,
adorna”, y el caso es que todos los profesores de taller de las pocas escuelas
de arquitectura que había y necesitaba el país, lo eran precisamente porque
practicaban el oficio. Y como dice el profesor
Francisco Ramírez de la Universidad del Valle, quien trabajo para él, las
obras del Chato Vélez eran "ejemplares".
Sus
bellas perspectivas eran famosas y ayudaban a
ganar concursos por la precisión y verdad de lo que mostraban. Como dice Ramírez, no
eran apenas una ilustración del proyecto, sino un instrumento proyectual que
permitía soluciones espaciales inéditas. Pero no eran por supuesto caprichosas
sino innovadoras y apropiadas, y su dibujo un medio y no un propósito en si,
como les pasa a tantos arquitectos con sus “buenos” dibujos.
Jaime Vélez, fue autor o coautor de importantes edificios en Bogotá, Medellín y
Cali trabajando con reconocidas oficinas de arquitectura, como
Esguerra, Saenz y Samper, y Lago y Saenz. Varios de
ellos ganados en concursos, los que eran práctica común para los grandes
edificios del país, tanto públicos como privados, desplazada a mala hora para
las ciudades por la escogencia a dedo, pese a ser ilegal tratándose de obras
públicas.
En Cali codiseñó con Rogelio Salmona, Pedro Mejía y
Raúl H. Ortiz, la antigua sede de la FES, premio Nacional de Arquitectura en la
XII Bienal Colombiana de Arquitectura, en 1990, hoy Centro Cultural de Cali.
También dejó no pocas muy buenas casas, incluyendo la suya, muy bella, en
Menga, al norte de la ciudad y cerca de unas canchas de tenis, pues jugarlo le
apasionaba tanto como dibujar la arquitectura.
A su discreto funeral en los
Jardines del Palmar, en Palmira, como no, ciudad ha donde se había retirado, lo
acompañaron varios de los arquitectos que habían trabajado con él en Cali, y
uno de sus alumnos de los Andes. Porque un buen profesor es el que enseña algo
que después de tantos años se recuerda todos los días, y que se lo trata de
descubrir a su vez a otros estudiantes con la esperanza de que alguno lo recuerde
también.
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