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Mejor pequeñas. 10.10.2013


            En las ciudades colombianas la mejor calidad de vida está en las intermedias. Son mas seguras, funcionales, confortables y económicas. Pero menos emocionantes; por eso las mejores son las que están cerca de una ciudad grande. Como Manizales, a cuatro horas de carretera de Cali o Medellín y a media hora de avión de Bogotá. Allí supieron o descubrieron hace años que lo mejor para ser una ciudad de primer orden  es seguir siendo una ciudad pequeña.
            Por eso  inquietan las verdaderas razones que mueven al Gobierno y a la “industria” de las obras publicas y la vivienda cuando interviene en ellas. Y los terratenientes que las rodean pues sólo les interesa la gran valorización de sus tierras, cuyo precio se disparó cuando al aumento natural de la población se sumaron los desplazados del campo o que buscaban el “aire de la ciudad” que como se sabe desde la Edad Media, libera.
            Además las afecta menos la muy mala relación entre Estado, ciudadanía y arquitectos, como la es entre un Estado ineficiente y corrupto, una ciudadanía que no es tal pues carece de cultura urbana debido a su muy reciente presencia en las ciudades, y unos arquitectos que cada vez son mas pero cada vez con menos ética y mas estética copiada, cuya presencia en las ciudades cada vez es menos apreciada como lo que debería de ser: los diseñadores de la ciudad, tal como quería Jane Jacobs (Muerte y vida de la grandes ciudades, 1961).
            El equivocado papel del Estado se puede resumir en que tiene un Ministerio de la Vivienda en lugar de uno de la ciudad, del cual aquella sería apenas un viceministerio. El papel de la “ciudadanía”, por su parte, es aplaudir estupideces como “cambiarle la cara a las ciudades”, “hacer obras ”, y creer la publicidad engañosa que le vende costosas y malas viviendas. Y el papel lamentable de los arquitectos es responsabilidad de la proliferación de universidades, a las que les piden un programa de “artes” para reconocerlas como tales.
            De otro lado, las iniciativas del Banco Internacional de Desarrollo,  como “Ciudades Emergentes y Sostenibles”, no son a favor del verdadero desarrollo sostenible de las ciudades intermedias, sino del gran negocio emergente implícito en su obsolescencia programada. Como señala Eduardo Galeano, en América Latina hay campos vacíos y varias de las mayores ciudades del mundo, y las más injustas (Me caí del mundo y no se como entrar, 2010).
            Finalmente, los Planes de Ordenamiento Territorial no obedecen a un diseño urbano arquitectónico, y este a una concepción filosófica de la ciudad. No pasan de ser una normativa enredada y contradictoria que se cambia según el interés de urbanizadores y constructores, escudándose en doctores encorbatados que son supuestos “expertos”, que como dicen que dijo Frank Lloyd Wright son personas que creen que lo saben todo y ya no piensan.
          En conclusión, el reto de las ciudades  intermedias es cómo seguir siéndolo. Cómo conectarse con lo que ofrece una gran capital del país o de los países vecinos, o Europa o Estados Unidos. Y desarrollarse culturalmente: ciencias, artes, deportes, espectáculos y ocio. Como dice el economista Edward Glaeser: “Para prosperar, una ciudad tiene que atraer a personas inteligentes y permitir que colaboren unas con otras.” (El triunfo de las ciudades, 2011).

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