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“La arquitectura del poder” 23.05.2019


  “Intentar dar sentido al mundo sin reconocer el impacto psicológico de la arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental de su naturaleza” escribe Deyan Sudjic en su libro de 2005 (p.10).  Por su escala y complejidad y capacidad de alterar el clima y la luz “es de lejos la más grande y la más sobrecogedora de todas las formas culturales” (p.199). “La forma ya no depende de la función, sino de la imagen” (p. 248) y la piedra ha sido la manera más tradicional de indicar su importancia.

  Aunque con una existencia independiente, la arquitectura depende de crear algún tipo de ilusión, y para poder trabajar el arquitecto tiene que relacionarse con los ricos y poderosos que antes intentaron emplearla “para desafiar la inevitabilidad de la muerte, dignificar sus propias vidas, dar forma a una ciudad y hallar el consuelo de un significado en un mundo sin orden” (p.227) y que ahora “han creado un modelo de urbanismo laissez-faire (p.90) y “ya nada es inmune a la amenaza de destrucción” (p.99).

  Así las cosas, “como si el arquitecto fuera un peluquero o un sastre” (p.12), la relación entre uno y otro es compleja y determinante. “La arquitectura empezó a abordarse como una manera de resolver problemas y no como una representación” (p.188)  pero “la búsqueda del icono arquitectónico se ha convertido en el tema más ubicuo del diseño contemporáneo [y] el efecto de tanta preocupación por crear una imagen es tan perjudicial para los arquitectos como para las ciudades” (p. 264).

  Además la arquitectura es muy importante en la creación de una iconografía nacional. “El clima y las materias primas locales sugieren determinadas respuestas arquitectónicas, creando un lenguaje para el diseño que con el tiempo acaba considerándose reflejo de una identidad nacional [y por ello] la creación de una identidad por medio de la arquitectura se convierte en un procedimiento totalmente consciente” (p.142 y 143). “Es nada menos que un brazo del arte de gobernar” (p.126). 

  Pero aunque es muy probable que su función política sólo sea relevante cuando se crean, los edificios y sus significados duran mucho tiempo. “La arquitectura es un medio de hinchar el ego humano a la escala de un paisaje, una ciudad o incluso una nación y una de las más poderosas formas de comunicación de masas [y por eso] tiene un impacto intelectual y material a la vez” (p.290). De ahí que casi todos los edificios tradicionales “hablan del poder, la continuidad y la memoria” (p.189).”

  Y está el síndrome del rascacielos, “esa silueta anónima de tantas ciudades que usan los mismos elementos verticales sin conseguir dar una sensación de identidad” (p.274) y además “hay algo de ridículamente infantil en el deseo irracional de construir un edificio alto sólo para que sea el más alto del mundo” (p.285). Una altura extrema conlleva inevitables costes y crea edificios difíciles de usar de manera eficaz en lugar de “un dialogo civilizado entre la torre y sus vecinos más cercanos” (p.287).

  La arquitectura tiene sus raíces en la creación de un refugio en un sentido físico, pero se ha convertido en un intento de crear una visión particular del mundo, ya sea una casa individual o un complejo de calles y apartamentos y “ahora la gente se fija en los edificios […] ¿esa pila de basura que en el fondo sospechan que es?” (p.265). “Y tal vez por eso ahora los arquitectos tienden tanto a hacerse pasar por artistas, liberándose así de la excusa de la función.” (p.292).


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