“Intentar dar sentido al
mundo sin reconocer el impacto psicológico de la arquitectura en él es pasar
por alto un aspecto fundamental de su naturaleza” escribe Deyan Sudjic en su
libro de 2005 (p.10). Por su escala y
complejidad y capacidad de alterar el clima y la luz “es de lejos la más grande
y la más sobrecogedora de todas las formas culturales” (p.199). “La forma ya no
depende de la función, sino de la imagen” (p. 248) y la piedra ha sido la
manera más tradicional de indicar su importancia.
Aunque con una existencia
independiente, la arquitectura depende de crear algún tipo de ilusión, y para
poder trabajar el arquitecto tiene que relacionarse con los ricos y poderosos
que antes intentaron emplearla “para desafiar la inevitabilidad de la muerte,
dignificar sus propias vidas, dar forma a una ciudad y hallar el consuelo de un
significado en un mundo sin orden” (p.227) y que ahora “han creado un modelo de
urbanismo laissez-faire (p.90) y “ya nada es inmune a la amenaza de
destrucción” (p.99).
Así las cosas, “como si el
arquitecto fuera un peluquero o un sastre” (p.12), la relación entre uno y otro
es compleja y determinante. “La arquitectura empezó a abordarse como una manera
de resolver problemas y no como una representación” (p.188) pero “la búsqueda del icono arquitectónico se
ha convertido en el tema más ubicuo del diseño contemporáneo [y] el efecto de
tanta preocupación por crear una imagen es tan perjudicial para los arquitectos
como para las ciudades” (p. 264).
Además la arquitectura es
muy importante en la creación de una iconografía nacional. “El clima y las
materias primas locales sugieren determinadas respuestas arquitectónicas,
creando un lenguaje para el diseño que con el tiempo acaba considerándose
reflejo de una identidad nacional [y por ello] la creación de una identidad por
medio de la arquitectura se convierte en un procedimiento totalmente
consciente” (p.142 y 143). “Es nada menos que un brazo del arte de gobernar”
(p.126).
Pero aunque es muy probable
que su función política sólo sea relevante cuando se crean, los edificios y sus
significados duran mucho tiempo. “La arquitectura es un medio de hinchar el ego
humano a la escala de un paisaje, una ciudad o incluso una nación y una de las
más poderosas formas de comunicación de masas [y por eso] tiene un impacto
intelectual y material a la vez” (p.290). De ahí que casi todos los edificios
tradicionales “hablan del poder, la continuidad y la memoria” (p.189).”
Y está el síndrome del
rascacielos, “esa silueta anónima de tantas ciudades que usan los mismos
elementos verticales sin conseguir dar una sensación de identidad” (p.274) y
además “hay algo de ridículamente infantil en el deseo irracional de construir
un edificio alto sólo para que sea el más alto del mundo” (p.285). Una altura
extrema conlleva inevitables costes y crea edificios difíciles de usar de
manera eficaz en lugar de “un dialogo civilizado entre la torre y sus vecinos
más cercanos” (p.287).
La arquitectura tiene sus
raíces en la creación de un refugio en un sentido físico, pero se ha convertido
en un intento de crear una visión particular del mundo, ya sea una casa
individual o un complejo de calles y apartamentos y “ahora la gente se fija en
los edificios […] ¿esa pila de basura que en el fondo sospechan que es?”
(p.265). “Y tal vez por eso ahora los arquitectos tienden tanto a hacerse pasar
por artistas, liberándose así de la excusa de la función.” (p.292).
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