Del latín,
Cultura, significa en primer lugar “cultivo”. Pero principalmente se entiende como el conjunto de los
modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico,
científico e industrial, todos interrelacionados, en una época, grupo social, etc. En nuestro
caso, comienza con la conquista del territorio del país actual por los
españoles, realizada, como dice Fernando Chueca-Goitia, con la ayuda de la
lengua, la religión y la arquitectura (Invariantes
castizos de la Arquitectura Española / Invariantes en la Arquitectura
Hispanoamericana, 1979).
Pero en Colombia en general los funcionarios
encargados de ver por el tema, incluyendo “ministros de cultura”, que en este
país tan machista suelen ser, significativamente, mujeres -incultos que son sus
hombres-, adolecen del conjunto de los conocimientos que permiten a alguien
desarrollar su juicio crítico, que es otra acepción de la palabra cultura,
especialmente en lo que toca con la arquitectura y las ciudades, en tanto
escenario de la cultura, precisamente, que es como las define Lewis Mumford (La cultura de las ciudades, 1938), y que
por supuesto debería incluir su relieve, clima y paisaje, parte no sólo de las
ciudades sino de la cultura nacional.
En Cali, incultos que han sido, dejaron
demoler sin necesidad todas sus casas coloniales, la iglesia de San Agustín, el
Palacio de San Francisco, el Batallón Pichincha, el Hotel Alférez Real, el
Colegio El Amparo, la Biblioteca Departamental y el viejo Club Colombia. Y que
se dinamitara parte del Colegio de la Sagrada Familia, y otro edificio de la
Manzana T´ para continuar el esperpento que hicieron allí, incultos que son, además
junto al lote del SENA, desocupado por mas de medio siglo, y que se hubieran
podido remodelar. Y nada hacen, irresponsables además de incultos, con respecto
a la preocupante invasión y abandono de sus cerros y las cuencas de sus ríos.
Y la cultura popular (expresión de la vida
tradicional) que se celebra en Cali, es sólo la de nuestra costa, y por
supuesto es mucho mas que la música. Además, eventos como el Petronio Álvarez
se deberían celebrar es en Buenaventura, en donde ha debido ser el de la Alianza
del Pacifico, y no en Cartagena. Pero, del otro lado, como lo denuncia Lucía Mina (docente en la Javeriana y el
Externado de Colombia): “Cuando el Concejo está a punto de adoptar el Plan de Ordenamiento, el
gobierno nacional ha decretado que en la ciudad no hay negros ni hay indígenas.
Con esto evita una consulta previa que haría más difícil ejecutar un proyecto
económico privado” (www.razonpublica.com).
Mientras tanto, instituciones que cultivan la
cultura aquí (el Instituto de Bellas Artes, la Biblioteca Departamental, Inciva, Incoballet y Esquina Latina, entre otras)
pueden desaparecer por falta de recursos por parte de un Estado en el que la
cultura ocupa su último interés cuando debería ser el primero pues, como se
preguntaba Horacio “¿de qué sirven las vanas leyes si las costumbres fallan?” La política debería
ser la cultura por otros medios, pero aquí no ha pasado de ser la guerra, como la definió Carl von Clausewitz (De la guerra, 1832). Violencia y corrupción
debidas a la inútil “guerra” contra el narcotráfico, cuya contracultura mafiosa
ha penetrado la vida nacional, incluyendo el culto
religioso.
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