Definitivamente el problema de este país es la justicia. No sólo cojea mucho si no que casi nunca llega o por lo contrario irrumpe atropellando derechos consagrados, o es esquivada con leguleyadas, o devuelta a base de físico oro o plomo. Pero no se trata solo de los delitos contra la vida, honra y bienes de los ciudadanos, derechos pomposamente consagrados en la Constitución, y que tanto nos preocupan hoy con toda la razón, debidos muchos al comportamiento mafioso que nos ha dejado la penalización de las drogas.
Es que tampoco funcionan las normas urbanísticas que supuestamente buscan la planificación de las ciudades pues muchas están mal concebidas, con frecuencia se interpretan a pedido o se compra su violación, casi nunca se verifican, y nunca se demuele lo que se construyó sin acatarlas, y después de unos años se acepta que se pida su legalización como un hecho cumplido. Pero este grave problema, especialmente en Cali, apenas nos preocupará cuando seamos victimas del desorden que estamos tolerando hace décadas comprometiendo la calidad de la vida en la ciudad, y que incluso ayuda al delito del que tanto se habla hoy.
La Ley, nos recuerda el DRAE, es la regla y norma constante e invariable de las cosas, nacida de la causa primera o de las cualidades y condiciones de las mismas. Por eso las normas que buscan ordenar las ciudades deberían basarse primero que todo en sus climas, paisajes y tradiciones urbano arquitectónicas y no apenas en sus nuevos requerimientos y mucho menos en modas aupadas por una publicidad mercenaria, ni deben facilitar la obsolescencia programada de los edificios y barrios enteros de las ciudades.
Para los 450 años de Cali y después de los Juegos Panamericanos de 1971 fue posible tomar conciencia de su historia arquitectónica y urbana y de su realidad en tanto que ciudad ya de más de un millón y medio de habitantes. Pero casi medio siglo después, y casi con tres millones, su fama de bonita y ordenada ciudad tradicional hace años llegó a su fin. Mas no solo hay que criticar a las pésimas administraciones municipales si no que hay que aceptar la responsabilidad de los propios caleños en ello, principiando por que muchos no son ni caleños ni ciudadanos.
Todo comenzó cuando la pequeña villa colonial de finales del siglo XIX se convirtió en 1910 en la capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca. Es lo que explica el cambio durante el último siglo de su arquitectura, urbanismo y comportamiento de los ciudadanos, es decir, su urbanidad. Su acelerada transformación está basada principalmente en sus construcciones, concretamente en sus formas y su evolución, y de ahí que sea necesario entender las circunstancias que las produjeron.
Pero no sólo las políticas, y las demográficas, sociales y económicas que se generaron, sino también las culturales. Los modelos, ilusiones y realidades de unos cambios de imagen que han sido deliberados, pero que quedaron todos incompletos por la inexistencia de una verdadera planificación urbano arquitectónica debido a su permanente modificación al vaivén de los intereses inmobiliarios, la propiedad privada del suelo y las modas del momento, pero sobre todo por la falacia de un control urbanístico que cojea tanto que nunca llega a tiempo.
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