Una sinfónica es una tradición urbana que aquí
inició el maestro Antonio María Valencia hace casi 80 años. Hoy tiene 70 músicos,
un destacado director, el maestro Irwin Hoffman, reconocidos
concertinos, los maestros Lelio Olarte y Frederick Hood, y excelentes solistas invitados como
el joven maestro Sergei Sichkov que el jueves 15 interpretó lleno de brío el
Concierto para piano No 1 en Si bemol menor Op 23 de Piotr Illich Tchaikovsky.
Y además de su abundante público, el que sus conciertos sean regulares y se
repitan en la Javeriana permite que los estudiantes de las universidades de la
ciudad se acerquen a la música culta.
Pero
la Sala Beethoven no cuenta con una bahía para que los taxis y carros puedan
dejar o recoger sus pasajeros a su entrada y no a una cuadra de distancia, y
tampoco tiene un ascensor para las personas con problemas de locomoción o simplemente
mayores, ni escaleras de evacuación y ni siquiera luces de seguridad. Como fue
evidente dicho jueves cuando quedó a oscuras durante el segundo movimiento de
la espectacular Sinfonía No 5 en Re menor Op 47 de Dimitri Shostakovich, la
primera de sus tres “Sinfonías Heroicas”.
La
luz de los teléfonos celulares solucionó algo el problema pero, precisamente,
son otro nuevo inconveniente en los conciertos pues algunas personas los
utilizan, indiferentes a que su luz molesta a los vecinos y que por supuesto no se los debe grabar ni
fotografiar sin permiso. Ya Einstein había advertido que la tecnología nos
traería una generación de idiotas, y el hecho es que en esta ciudad abundan los
que apenas en las últimas décadas han tenido acceso a sus productos y no pueden
evitar hacérselo saber a los demás.
Como
esos espectadores, que no aficionados, que hablan por sus teléfonos o
cuchichean entre ellos, se mueven todo el concierto o entran o salen sin esperarse al intermedio o al menos al final de un movimiento de la pieza que se
está interpretando. O que aplauden antes de tiempo, se ponen de pie cuando no
lo amerita, o gritan emocionados al final como si estuvieran en toros (al fin y
al cabo ese jueves la sala estaba llena hasta las banderas). Tal vez sería útil
que en el programa de mano se repitiera algo al respecto todas las veces.
Y
aparte de la bahía mencionada, las salidas de emergencia y el ascensor, el que
la señora Elisa Eder de Giovanelli ha
ofrecido donar, la sala Beethoven necesita mantenimiento y algunas mejoras. Como un pasamanos central en
la gran escalera, o la iluminación del escenario, pues tienen que alumbrar a la
orquesta con cuatro lámparas como de taller de carros, lo que contrasta con
sus esmóquines, un tanto pretenciosos en
el calor del trópico. Ya el director y muchos solistas solo llevan camisa de
manga larga y pantalones negros.
En
la medida de que la Sala Beethoven pertenece al Instituto Departamental de
Bellas Artes y considerando que la
Orquesta Filarmónica de Cali da conciertos en las diferentes ciudades y
poblaciones de la región, es pertinente que el Departamento del Valle del Cauca
se ocupe de dichas mejoras. ¿O será que su Gobernador actual, como esa Ministra
de Cultura de hace años, piensa que la música clásica, el jazz y la opera son extranjeros, y antepone excluyentemente lo
culto a lo popular y lo universal a lo regional?
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