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La Sala Beethoven. 21.02.2013


Una  sinfónica es una tradición urbana que aquí inició el maestro Antonio María Valencia hace casi 80 años. Hoy tiene 70 músicos, un destacado director, el maestro Irwin Hoffman, reconocidos concertinos, los maestros Lelio Olarte y Frederick Hood, y excelentes solistas invitados como el joven maestro Sergei Sichkov que el jueves 15 interpretó lleno de brío el Concierto para piano No 1 en Si bemol menor Op 23 de Piotr Illich Tchaikovsky. Y además de su abundante público, el que sus conciertos sean regulares y se repitan en la Javeriana permite que los estudiantes de las universidades de la ciudad se acerquen a la música culta.
            Pero la Sala Beethoven no cuenta con una bahía para que los taxis y carros puedan dejar o recoger sus pasajeros a su entrada y no a una cuadra de distancia, y tampoco tiene un ascensor para las personas con problemas de locomoción o simplemente mayores, ni escaleras de evacuación y ni siquiera luces de seguridad. Como fue evidente dicho jueves cuando quedó a oscuras durante el segundo movimiento de la espectacular Sinfonía No 5 en Re menor Op 47 de Dimitri Shostakovich, la primera de sus tres “Sinfonías Heroicas”. 
            La luz de los teléfonos celulares solucionó algo el problema pero, precisamente, son otro nuevo inconveniente en los conciertos pues algunas personas los utilizan, indiferentes a que su luz molesta a los vecinos y  que por supuesto no se los debe grabar ni fotografiar sin permiso. Ya Einstein había advertido que la tecnología nos traería una generación de idiotas, y el hecho es que en esta ciudad abundan los que apenas en las últimas décadas han tenido acceso a sus productos y no pueden evitar hacérselo saber a los demás.
            Como esos espectadores, que no aficionados, que hablan por sus teléfonos o cuchichean entre ellos, se mueven todo el concierto o entran o salen sin esperarse al intermedio o al menos al final de un movimiento de la pieza que se está interpretando. O que aplauden antes de tiempo, se ponen de pie cuando no lo amerita, o gritan emocionados al final como si estuvieran en toros (al fin y al cabo ese jueves la sala estaba llena hasta las banderas). Tal vez sería útil que en el programa de mano se repitiera algo al respecto todas las veces.
            Y aparte de la bahía mencionada, las salidas de emergencia y el ascensor, el que la señora Elisa Eder de Giovanelli  ha ofrecido donar, la sala Beethoven necesita mantenimiento y  algunas mejoras. Como un pasamanos central en la gran escalera, o la iluminación del escenario, pues tienen que alumbrar a la orquesta con cuatro lámparas como de taller de carros, lo que contrasta con sus  esmóquines, un tanto pretenciosos en el calor del trópico. Ya el director y muchos solistas solo llevan camisa de manga larga y pantalones negros.
            En la medida de que la Sala Beethoven pertenece al Instituto Departamental de Bellas Artes y  considerando que la Orquesta Filarmónica de Cali da conciertos en las diferentes ciudades y poblaciones de la región, es pertinente que el Departamento del Valle del Cauca se ocupe de dichas mejoras. ¿O será que su Gobernador actual, como esa Ministra de Cultura de hace años, piensa que la música clásica, el jazz y la opera son extranjeros, y antepone excluyentemente lo culto a lo popular y lo universal a lo regional?

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