Es extraño que no se entienda que para arreglar este país es
preciso arreglar las ciudades y no apenas el campo. Que en ellas muere mas
gente por accidentes de tránsito y la delincuencia común, que por la guerra
contra los grupos subversivos o paramilitares dedicados ahora al narcotráfico
en campos y selvas. Que aceptemos la guerra impuesta por Estados Unidos contra
la producción de drogas mientras allá legalizan o toleran cada vez mas su uso.
Que para arreglar las ciudades se
necesite un plan a largo plazo, y que tiene que ser integral sobre el uso del
suelo y la movilidad y servicios públicos. Que no se vea que el verdadero
desarrollo de las ciudades no puede ser únicamente un negocio de terratenientes
urbanos y promotores inmobiliarios, que hacen cambiar o esquivan los planes
existentes, llenos de imprecisiones y ambigüedades interpretables y por lo tanto
abiertos a la corrupción.
Que los que deben ser re elegibles
varias veces seguidas son los alcaldes y no los presidentes. Aun cuando es
frecuente elegir desconocidos que resultan malos, o que ya se sabe que lo son
(como Delgado, que ahora pretende callar a Julio Cesar Londoño porque opina que
lo es ¡dándole la razón!), difícilmente se re eligen los buenos que resultan malos (como Petro).
La democracia es para quitar a los malos gobernantes sin violencia y no para elegir
a los que prometen que van a ser buenos (Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, 1945).
Tampoco se entiende que un alcalde
debe llevar a cabo el Plan de Ordenamiento Territorial existente, corrigiendo
sus errores y haciéndole enmiendas, pero que son de la orbita de los Concejos
Municipales (como lo debe saber Guerrero). Que un plan que se cambia a cada
rato no puede ser tal, ni tampoco uno que no sea integral y general. Que tiene
que referirse a todos los aspectos de la ciudad y de la vida en ella, pero ser
lo mas sintético, sencillo y estricto posible.
Para rematar, en los Concejos no
entienden que sin la ayuda técnica de las universidades y gremios de
urbanistas, arquitectos e ingenieros, no pueden avocar las ciudades en tanto
artefactos. Ni que sin la de médicos, educadores, historiadores, sociólogos y
economistas no pueden mejorar la vida en ellas. Y los ciudadanos tendrían que
entender que tienen que elegir a sus concejales no por sus promesas sino por
sus conocimientos, experiencia y buen ejemplo.
La gran mentira de nuestras precarias
democracias es el voto universal para unos ciudadanos que no tienen la
oportunidad de una educación ciudadana, por lo que la mayoría se abstiene de
votar al no entender sus derechos y deberes. Que incluya de nuevo geografía,
historia y urbanidad, mas política y leyes, y nociones básicas de salud,
urbanismo y arquitectura. Sólo
entendiendo las ciudades y sus edificios podremos respetar la vida de los demás
en ellas.
Y respetar a los otros es la base de
una mejor calidad de vida en unas ciudades en las que en Colombia nos toca
vivir, aquí y ahora, y que entre mas
grandes peores, como Cali, hoy sucursal del Infierno que no del Cielo como fue
a mediados del siglo XX. Por ende nos hace falta “gente peligrosa” que es como
Philipp Blom llama a los philosophes de la
Ilustración radical, que como Diderot y D´Holbach escribían obras como Le
Christianisme dévoilé, 1756.
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