Se estima que hay cerca de millón y medio de indígenas en Colombia (El País, 27/10/2008), es decir algo mas del 3% de sus cerca de 45 millones de habitantes. Y que cuentan con un poco menos del 3% del territorio nacional para trabajar, una proporción apenas menor que la del resto de la población (disponen del 27%, pero el 90% son selvas, parques naturales o no laborable). El problema real de los 718 resguardos no es tanto de tierra como de técnica, trabajo, vías, transporte, energía limpia, agua potable, higiene, salud, educación, información, seguridad y justicia; el mismo que el de muchos campesinos. El respeto de sus culturas no debería significar su marginación y atraso, ni que no tengan los mismos derechos y deberes de los demás colombianos. Y sobre todo de los habitantes de un planeta en que se han acelerado tanto las transculturaciones y unificado los problemas, que hay que redefinir conceptos como culturas, minorías, deberes colectivos y libertades individuales. Del pasado solo queda su presente y un futuro incierto que ahora depende de todos.
Igual sucede en las ciudades, a las que han emigrado en el ultimo medio siglo la mayoría de los campesinos, incluyendo a muchos indígenas, buscando mejorar su vida y mayor libertad. De ahí lo equivocado de esa idea elemental del urbanismo moderno de zonificarlas en áreas de trabajo y vivienda, y esta en antagónicos estratos socio económicos, y con una edilicia que ya no es la misma para toda la población como en nuestras ciudades coloniales. En estas sus diferencias eran apenas de tamaño, y calidad y riqueza de su ornamentación, pero no de arquitectura. Casi siempre es bella, funcional y sólida, como se puede comprobar en Cartagena, por ejemplo, entre la del Centro, San diego o Getsemaní, que rodeaban la catedral, la aduana, el puerto y el mercado, o aquí mismo con nuestra bonita, funcional y resistente vivienda rural premoderna. Por lo contrario, no hay arquitectura mas deplorable que la mal llamada de interés social o la de los estratos bajos, las que se han dejado en manos de constructores que lo único que les interesa es el negocio.
Los indígenas y campesinos, que, como los corteros de caña, lo que necesitan es mejores trabajos, tampoco precisan de vivienda pues siempre la hicieron mejor, si no asesoría para que sea mas higiénica y ecoeficiente y menos contaminante. Por lo contrario las clases populares en las ciudades, en lugar de lotes semi urbanizados, necesitan estructuras de varios pisos, que no están en capacidad de hacer (pero si de terminar), para poder localizar su vivienda cerca a los centros, y no en el campo o ejidos aledaños. Y sobre todo un espacio urbano público en el que podamos convivir todos. De ahí un Ministerio de la ciudad y no apenas de vivienda, y que al tiempo que se implemente la democracia participativa en resguardos y veredas, vecindarios y barrios, se entienda que cuando ya son muchos los ciudadanos involucrados, hay que acudir a la democracia representativa pues el problema ahora es de todos y no apenas de minorías auto marginadas. Que hay que mirar al pasado pero para marchar al futuro pues no se trata de tierra si no de La Tierra, cada día mas y peor explotada.
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