Son
cinco las razones para insistir en vivir Cali: el bello valle, la alta
cordillera, la verde vegetación y su benigno clima, amen de una entrañable
querencia en alguna hacienda; y hay otras mas, claro. De todas ya se ha hablado
en esta columna mas vale la pena repetirlas juntas.
El bello valle del
río Cauca es tan amplio y llano; recorrer su vías y caminos o verlo desde sus
dos piedemontes es un placer. Cali se ve hasta bonita desde la capilla de San
Antonio, aun mas desde el mirador de Belalcazar y ya es todo un espectáculo
desde la Vuelta del Cerezo en la Salida al Mar, donde apenas asoma pero con el
valle al fondo y atrás la Cordillera Central. Y desde esta se pueden ver sus
atardeceres en la casa de la Sierra de El Paraíso o la de La Aurora cerca de
Florida; y por supuesto desde otros muchos sitios. (Isaacs: María, 1867).
La alta Cordillera Occidental sobre la que está recostada Cali, de
Jamundí a Yumbo, con sus tres cerros en primer plano y los Farallones atrás,
también es todo un espectáculo desde las partes mas alejadas de la misma, o, de
manera oblicua, desde su piedemonte. El verde en Cali se tiene en todas partes
enfrente; no hay que salir a buscarlo. Y al otro lado del valle está, mas alta
aun y con nevados que ocasionalmente se pueden ver, está la Codillera Central.
(Palacios: El
Alférez Real, 1886).
La verde
vegetación del valle, grandes guaduales y matas de monte, y la muy variada de
sus dos cordilleras, también es de todos los colores como cantó Aurelio Arturo
(Morada al Sur, 1963) además exuberante y tan rápida que los grandes árboles crecen
pronto, y tanto, que los que desaparecen quedan fijos en la memoria, como los
hermosos y enormes samanes de las cinco largas alamedas con que contaba la
ciudad. En Cali la vegetación saca la cara por la ciudad. (Caldas: La Flora ornamental Tropical y el Espacio Urbano, l979).
El benigno clima
lo es tanto que la gente, desagradecida, se queja sin saber que tres veces al
día casi todos los días pasa por la llamada zona de confort, precisamente una
temperatura, humedad y presión atmosférica ideales, por lo que cuando cambian
se echan de menos. Qué maravilla no tener que usar aire acondicionado ni
calefacción y que baste un lento y arrullador ventilador de techo. Y cuando se
quiera disfrutar de una chimenea pues en 20 minutos se llega a San Antonio o
San Pablo en la Salida al Mar (Olgyay: Clima y Arquitectura en Colombia, 1968).
La entrañable vida en una casa de
hacienda (Bessa-Luis: El campo, memoria de las artes, 2004), común hasta hace medio siglo a muchos caleños, se vive
aún en ciertas casas de Cali, en las que están
presentes las casas de hacienda vallecaucanas, tan importantes en su tradición
arquitectónica. Vienen de la almunia de al-Ándalus, casa de
campo rodeada de jardines y tierras de labor, que servía al tiempo de vivienda
de recreo y residencia permanente. (Barney
y Ramírez: La arquitectura de las casas de
hacienda del Valle del Alto Cauca, 1994).
Y ya habrá otra ocasión para hablar
de otras razones para insistir en Cali, además de sus casas de hacienda, las
haciendas, su benigno clima, su verde vegetación, las altas cordilleras y el
bello valle del río Cauca. Río que fue, y podría volver a ser, otra razón mas.
(Patiño: Herr Simmonds y otras historias del
Valle del Cauca, 1992).
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