Primero
las multas eran ridículamente bajas y ahora lo son ridículamente altas. Ningún país de la Unión Europea, ni en Estados
Unidos, Inglaterra o Canadá, se contempla una sanción tan
severa, nos recuerda Klaus Ziegler (El Espectador, Bogotá 25/12/2013 ). La nueva ley penaliza con
multas millonarias a quienes sean sorprendidos conduciendo un vehículo después
de haber bebido apenas una copa de vino o una cerveza. Pueden llegar a 28
millones de pesos, enfrentar la anulación de la licencia de conducción durante
25 años, y la inmovilización del vehículo. Sin serios estudios previos es evidentemente una improvisación ramplona aprobada
a última hora por populismo electorero, o por esos senadores que creen que la
mariguana de Colorado mata. Ojala no pase igual con las conversaciones de la
Habana; o las próximas de Lima para el cambio climático (Manuel Guzmán Hennessey, El Tiempo, 26/12/2013).
Si bien aquí se disminuyó
fuertemente el numero de los que insisten en manejar después de haber bebido,
lo que sin duda es muy bueno y bienvenido, abrió las puertas al chantaje y la
corrupción entre los Guardas de Tránsito, que históricamente han sido los funcionarios más
investigados disciplinariamente, como es hoy el caso de Cali, incluyendo al Jefe de Guardas (El País, 26/12/ 2013) y al que usando el carro oficial de un Concejal traficaba aguardiente
ilegal. Y también lleva a la injusticia, pues como informa Ziegler,
concentraciones menores a 0.3 gramos de alcohol por litro de sangre no
convierten al afectado en un peligro al volante y, de otro lado, se requieren pruebas en extremo sutiles
para detectar cambios cognitivos atribuibles a niveles tan bajos de alcohol,
las que por algo se denominan “nivel cero de alcoholemia”.
Pero lo peor de todo es que se
olvida que las víctimas de los accidentes que involucran un conductor con alcohol representan apenas un tercio del total de muertes en calles y
carreteras. Como dice Ziegler, dos terceras partes son debidas a otros factores; pero no primordialmente al exceso de
velocidad, como afirma él, si no a que en Colombia la mayoría de la gente no
sabe manejar y la mayoría de la demarcaciones, señalización y semaforización en
carreteras y calles, es antitécnica, obsoleta, inexistente o imposible de
cumplir, y todo un coctel entre normas norteamericanas y europeas, como lo es
también la (des) organización del
tránsito, el que no se ve como un problema dinámico de mecánica de fluidos,
sino como algo retórico y dogmático, casi religioso.
Es
lo mismo con la paz, pues es ridículo creer que se puede alcanzar de verdad
mientras las FARC
digan que no entregaran las armas ni aún en el caso de que se firme un acuerdo
y que no van a ir ni un día a la cárcel (El País 16/6/ 2013), y lo confirman los Frentes que no respetaron la tregua, que no
están dispuestos ha abandonar el gran negocio del narcotráfico, como lo es
también la guerra inútil contra el mismo. Y decir que hay "condiciones para que Cali
resurja" (Esteban Piedrahíta, El País,
11/08/2013), es el reconocimiento tácito de que va mal, lo que es muy
importante para su remedio, incluyendo un tránsito seguro, el que comienza por
los andenes, por los que no se puede caminar ni con cero alcohol; y pronto,
antes que la sobrepoblación y la crisis climática impacte
también a Cali.
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