Lamentablemente estamos cayendo en la moda del diseño, producción y consumo de objetos “sostenibles” cuando solo lo son parcialmente o, peor aun, apenas lo parecen. Como buena parte de la arquitectura que hoy invade a Cali con su exceso de vidrio y acero inoxidable y sus persianas de madera que son solamente adorno; menos mal que es blanca. La verdadera sostenibilidad exige que los objetos estén relacionados con la totalidad del ambiente humano, integrado por sociedad, cultura y naturaleza, como lo sostiene el arquitecto y diseñador Hugo García desmitificando el “eco-diseño” y colocándolo en su justa dimensión. Éste demanda soluciones adaptables a las diversas condiciones de quienes interactúan con ellas, pues de lo contrario serían rápidamente desechadas y engrosarían los cementerios de objetos obsoletos, por muy ecoeficientes o rentables que sean, pues todas las acciones humanas, incluido el acto y resultado de diseñar, producen impactos positivos y negativos a todos sus niveles (Arquitecturas Ambientales, Planta Libre. No. 7, 1995).
Para minimizar el poner en peligro nuestra existencia en este planeta, tal y como la conocemos desde hace varios milenios, debemos tratar en todas nuestras acciones de disminuir al máximo sus efectos negativos en la naturaleza, culturas y sociedades, y por consiguiente, en los artefactos, muebles, edificios, vehículos y finalmente en las ciudades. Así, en los concursos patrocinados por Holcim, por ejemplo, se buscan proyectos innovadores, adaptables y transferibles, ética y socialmente concientes, eco-eficientes, económicos y culturalmente respetuosos, o cultos como los llama García. Y Toyota, Motorola, Phillips, Nokia, entre otras empresas, buscan diseños en los que los componentes social y cultural jueguen papeles tan importantes como el componente natural a la hora de evaluar su impacto ambiental. En pocas palabras la sostenibilidad sin arte no se sostiene (James Wines, Green Architecture, 2000), y de ahí que en el Protocolo de Kyoto se declarara por primera vez la necesidad de proteger también los bienes culturales de la humanidad como un asunto de sostenibilidad.
Además de las diferencias de hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos y discapacitados, hay que considerar los gustos, tradiciones y valores de cada sociedad, y el menor daño posible a lo existente. Para ser responsables con los recursos naturales, culturales y sociales que dejamos a las siguientes generaciones, nuestros edificios y ciudades deberían volver a ser contextuales y sostenibles, además de construibles económicamente y habitables con eficiencia y emoción. Tenemos que considerar las singularidades geográficas e históricas, propias del trópico andino, hispánico y subdesarrollado, pues no somos apenas latinos. Lo que hay que poner de moda es la experimentación comprobable y los paradigmas comprobados, para lo cual es imprescindible la critica razonada y permanente. Como dice el arquitecto mejicano Antonio Toca, la verdadera revolución verde será cuando millones de edificios estén bien orientados, tengan colectores solares económicos, buenos aislantes y sistemas de iluminación más eficientes (OBRAS, 12/2008), y en Cali, que además estén bien ventilados.
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