Como se
sabe, pero es pertinente repetirlo, en sus primeros años el ser humano adquiere
las raíces de su cultura: lengua, religión y moral, vestido y comportamiento
social, el gusto por cierta música y comida, pero igualmente lo básico de la
historia familiar y nacional, y vivido ya la impronta del clima, relieve y
paisaje en su terruño pues generan sus tradiciones urbanas, constructivas y
arquitectónicas, o las transforman para adecuarlas a nuevas circunstancia como
es evidente el caso en toda Iberoamérica.
Por eso los que emigran a
una nueva ciudad deben adaptarse a otras tradiciones y paisajes urbanos, algo o
muy diferentes, y eso toma cierto tiempo. Es justo lo que sucede en Cali pues
la mayoría de su población actual ha venido de otras regiones, y para los pocos
que han nacido aquí, y ya son mayores, también ha cambiado mucho y muy
rápidamente en los últimos cien años, es decir en el curso de tres o cuatro
generaciones. En conclusión, todos somos como si fuéramos exiliados en un mismo
sitio (la geografía) que ha devenido de pronto en diferentes lugares, uno
después del otro (la historia).
El hecho de encontrarse
una persona lejos del lugar de su primera infancia o que este ya no exista, es
similar a la expatriación, la que para los griegos era el máximo castigo, amenazando
con cárcel o muerte a los condenados a ella si regresaban. Pero también el
exilio interno es una forma de soledad, ya sea por un forzado reasentamiento en
el lugar de residencia o por verse coartada la posibilidad de actuar libremente
en el mismo lugar por la carencia de significativos recuerdos comunes a todos
sus vecinos.
Es lo que sin duda afecta
la calidad de vida en esta extensa ciudad; desde la seguridad, la falta de
respeto por los demás, el ruido, el transporte público, el atropello del
tránsito y que los peatones caminen como y por donde puedan, hasta la falta de
oportunidades para el encuentro placentero y significativo de los ciudadanos en
sus deficientes y no sólo insuficientes espacios urbanos públicos, pasando por
la lamentable ignorancia de lo mejor de Cali: su benévolo clima y su paisaje de
cerros, montañas y ríos, y de ahí su vergonzoso abandono.
Precisamente las causas y
consecuencias de este exilio interno fueron el tema de un conversatorio en
“Lugar a dudas” (reiterado en Ciudades
insostenibles), a partir de un recuento histórico de los censos de Cali que
Germán Patiño analizó al inicio del evento, en el que finalmente se terminó
señalando la total indiferencia al respecto por parte de los que pretenden
manejar esta ciudad, tanto desde el sector público como del privado, cuyos
portavoces insisten en los medios en que todo va bien, y que sigan acabando con
los cerros y el patrimonio construido.
En conclusión, hay que considerar la condición
híbrida de la Cali real, común a Latinoamérica como lo ha estudiado el antropólogo
Néstor García Canclini, para
analizar su crecimiento y poder proceder a las obras y acciones necesarias para
orientarlo. Principiando por escoger mejor a sus alcaldes y concejales, y desde
luego el primer requisito es demostrar su conocimiento de la geografía e
historia de la ciudad, entendiendo su estrecha relación, como lo señaló el
historiador Fernand Braudel; y que al menos hayan leído La cultura de las ciudades, 1938, de Lewis Mumford.
Comentarios
Publicar un comentario