Desde luego que allá siempre hay cosas nuevas, y muchas, pero su
imagen urbana muy poco ha cambiado en el último medio siglo, salvo algunos
altos hitos como los nuevos grandes rascacielos que la han identificado: su
perfil urbano, igual que su característico color gris rojizo/azuloso,
permanecen. Pero Cali, que evolucionó lentamente durante cuatro siglos, es otra
muy diferente cada par de décadas, desde la pequeña nueva capital del nuevo
Departamento del Valle del Cauca, a inicios del siglo XX, hasta el caos urbano
actual de principios del XXI con sus colorinches que no colores, lo que
ocasiona que cada generación (sobre) viva otra ciudad diferente a la de sus
padres e hijos con todos los problemas que esto implica.
Y mientras que allá el
enjambre de líneas eléctricas por las calles, que se disputaban Edison y
Westinghouse, quien optó por la energía alterna de Nicola Tesla, desapareció
hace un siglo, aquí cada vez es peor y no parece que vaya a desaparecer, como
tampoco la absurda subestación atrás de la capilla de San Antonio, la que en su
momento a muchos les pareció todo un símbolo del progreso de la ciudad, y como
tal fue publicitada la fotografía de Alberto Lenis Burckardt (Retrospectiva
fotográfica del Valle del Cauca, 1989) y hoy no parece molestar y ni siquiera
se les ha ocurrido pintarla de verde para que se vea menos, y alegarán que las
normas lo impiden y solo falta que se pinte de rojo y blanco la espadaña de la
capilla.
Como dice Deyan Sudjic:
“Intentar dar sentido al mundo sin reconocer el impacto psicológico de la
arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental de su naturaleza.”
(La arquitectura del poder, 2005, p. 10). Y “ahora la gente se fija en los
edificios” (p, 265) al menos en Nueva York los turistas, pero dado lo extraña
que es buena parte de la arquitectura actual “¿cómo pueden [saber que no es] la
pila de basura que en el fondo sospechan que es?” (p. 265). En Cali, al
contrario, muchos creen que la pila de mentiras que les venden, y no se fijan
en la pertinencia de los edificios, y entre más altos más gustan: “El síndrome
del rascacielos” (p, 269) multiplicado en Nueva York por los “palillos” en
construcción.
Las Torres Gemelas se
reconocían desde cualquier ángulo de Nueva York
“a diferencia de la silueta anónima de tantas ciudades que usan los
mismos elementos verticales sin conseguir dar una sensación de identidad” (p,274).
Como en Cali, en donde infantilmente sus mini rascacielos tratan de competir
con sus tres cerros y atrás la alta cordillera con sus bellísimos Farallones,
o, absurdamente permitidos en la ladera, interrumpen groseramente su vista
desde la parte baja de la ciudad, pues no se han preocupado por crear “un
diálogo civilizado entre [cada] torre y sus vecinos más cercanos” como lo llama
Sudjic (p.287). En Cali es un no diálogo, incivilizado por lo demás, y de ahí
que sea la capital mundial de las “culatas”.
Pero si hay algo cada vez mejor en Nueva York
es el Central Park, y cómo le hace de falta a Cali un gran parque metropolitano
en la Base Aérea, y con un gran lago, como se ha reiterado en esta columna al
menos desde principios de este siglo (Embellecer a Cali, 05/09/2002). Sería, en
el “plan”, el complemento del conjunto de parques de la “loma”, que incluye el Parque del
Acueducto que se debería unir con el del Mirador de Belalcazar por encima de la
Avenida de Circunvalación, y relocalizar la sub estación eléctrica para unirlo
con la Colina de San Antonio, como igual se ha mencionado aquí (Barbaridades,
16/10/2008) y vincularlo mejor y mucho más con el teatro al aire libre de Los
cristales y el parque a su alrededor.
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