Apenas
comenzado el siglo XX ya el historiador del arte Aloïs Riegl (Linz 1858-1905
Viena) señalaba cómo: “El perfecto acabado de lo nuevo, recién creado, que se
manifiesta en el criterio mas sencillo –forma intacta y policromía pura-, puede
ser calibrado por cualquiera, aun cuando carezca de toda cultura. De aquí el
que desde siempre, el valor de novedad haya sido el valor artístico de las
grandes masas, de los que poseen poca o
ninguna cultura, frente a lo cual, el valor artístico relativo, por lo menos
desde la Edad Moderna, sólo ha podido ser apreciado por los que tienen formación
y cultura estética.” (El culto moderno a
los monumentos, 1903, p. 80).
Es el caso, medio siglo después del desorden
urbano causado en las ciudades colombianas al demoler su patrimonio construido
tradicional y con las muchas nuevas construcciones que no consideran lo
existente en la misma calle, en las que se emplazan sin respetar nada, lo que
es en buena parte causante del desorden en la ciudad en todos sus aspectos. Lo
que lleva a la falta de respeto por los
otros, como lo es el ruido ajeno, pero igual al libertinaje, la inseguridad, la
corrupción y, finalmente, a la misma violencia urbana, principiando por los mal
llamados accidentes en los que los peatones llevan la peor parte, además de los
atracos y robos.
Una calle sin orden en su trazado se vuelve
laberíntica, y peatones y carros se mueven como puedan. Y cuando las viviendas
que la conforman son muy diferentes, y peor combinando casas y edificios de
apartamentos, su imagen es caótica y sus vecinos ya dejan de serlo. Algo
similar sucede en los barrios y las comunas, donde el desorden dificulta la
movilidad de sus habitantes, como lo mismo la clara imagen que se tiene de
dichos componentes urbanos y de la ciudad misma. El hecho es que el caos visual
impide que el artefacto urbano agrupe e iguale la libertad de los ciudadanos
que lo habitan, pues al contrario de lo que reza el escudo del país, el orden
lleva a la libertad y no al revés.
Orden, del latín ordo, -ĭnis, es en este caso el orden urbano. El
emplazamiento de las construcciones en el lugar que les
corresponde, ya sea una sucesión de viviendas, como en cualquier calle, o un
elemento único como sucede en las plazas tradicionales con sus iglesias,
buscando una buena disposición entre ellas y con el monumento al observar una
regla o modo para hacerlo. Era la manera tradicional en Iberoamérica de hacer
ciudades, que, como la lengua, eran parte de la cultura de todos sus
habitantes. Pero con los avances técnicos del siglo XX, y la rapidísima
sobrepoblación y crecimiento de las ciudades, se abandonó en muchas partes del
todo, quedando la aversión actual a lo ordenado, lo limpio, lo recto, lo
blanco, lo parecido.
La pregunta pertinente
es, pues, como lograr de nuevo nuestro orden de tradición colonial bajo estas
nuevas circunstancias, y la respuesta es preocupantemente elemental; con orden.
Y este ya llegó obligado por la necesidad de hacer edificios y ciudades
sostenibles de verdad. Como ya se están haciendo en otras partes mediante el
reciclaje de lo construido ya existente y del agua usada, y que funcionen con
energía solar, y no imitando tardíamente la arquitectura espectáculo incluso
cuando ya esta pasada de moda; como mejorando el transporte público, ampliando
los andenes, favoreciendo el uso de las bicicletas y disminuyendo al máximo los
carros y que estos sean eléctricos.
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