En
1929 se inauguraban, simultáneamente, el Pabellón de Alemania en la Exposición
Internacional Barcelona, de Ludwig Mies van der Rohe (1886–1969) una de las obras mas influyentes de la arquitectura
moderna; y, en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, el Pabellón de
Colombia, del arquitecto sevillano José Granados de
la Vega (1898-?)
cuya ornamentación es del escultor Rómulo Rozo (1899-1964),
nacido en Colombia pero ya trabajando en París y quien viviría después en
México. Edificio que debió estimular en las décadas siguientes la naciente arquitectura neo colonial en el país.
El Pabellón de Barcelona, como es conocido (junto con la famosa
silla Barcelona), pretendía
simbolizar el carácter progresista y democrático de la nueva República de Weimar y su recuperación tras la Primera Guerra Mundial. Por su parte, el Pabellón
de Colombia buscaba una imagen indígena como expresión de la identidad nacional
(A. Graciani: “1929; El Pabellón de
Colombia en la Feria Iberoamericana de Sevilla”, 2014) pero aportando una
particular visión de su raza nacional, la Chibcha, muy propia de la élite
centralista santafereña de entonces, que lo pensaba como vitrina para fomentar
la exportación de café y otros productos agrícolas del país.
El primero sigue siendo una arquitectura futurista de
sueltos planos ortogonales y sin ornamento, mientras el otro es historicista,
presenta muchas curvas y fue profusamente ornamentado por Rozo con temas
indígenas. Pero paradójicamente, en tanto que Mies usa una planta libre que
origina circulaciones acodadas, como son las de la arquitectura colonial en
Iberoamérica, que no es probable que conociera, Granados, quien también diseño el Pabellón de Guatemala, se ciñe en ambos a una composición
clásica simétrica y de recorridos axiales, ajena aquí salvo en las iglesias,
aunque muchas de ellas tienen en Colombia espadañas o campanarios mudéjares, a
un costado, como un alminar hispano musulmán, rompiendo la simetría de sus
fachadas.
La arquitectura neo colonial, que dejó notables ejemplos
en las principales ciudades del país, como el edificio de la Compañía
Colombiana de Tabaco, de 1936, en Cali, de Guillermo Garrido, fue pronto
superada por el Spanish de Florida y
California, conocido aquí como español californiano (F. Ramírez y otros: “Arquitecturas Neocoloniales: Cali 1920-1950”,
2000), con el que
se la suele confundir, pues para ver sus evidentes diferencias es preciso mirar
sin prejuicios la acertada adaptación de la arquitectura colonial a los
paisajes del país, su contextualidad urbana y su eficiente climatización pasiva
en climas calientes y templados, mas sin caer en el “guatavitismo” formal de la
década de 1960.
Pero en
2015, casi un siglo después de las dos decisivas exposiciones en la Madre
Patria, por lo contrario se anuncian en Colombia grandes proyectos de las
estrellas de la arquitectura espectáculo internacional. Presos de la “imagen”
que debe tener el país, olvidamos que esta debe resultar del territorio mismo:
de sus muy distintos relieves, suelos, climas y vegetaciones, que originan
paisajes y tradiciones urbanas y arquitectónicas particulares, que es preciso
reinterpretar. Como lo hizo Rogelio Salmona, quien no solo supo mirar nuestro
pasado hispano musulmán y su adaptación aquí, sino también la arquitectura
monumental de la América precolombina.
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