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Palmira. 15.10.2015


En árabe Tadmor o Tadmir,  que significa "ciudad de los árboles de dátil", fue elegida como Patrimonio de la Humanidad en 1980 por sus ruinas grecorromanas, descritas por el Conde de Volney, historiador y filósofo ilustrado francés, en su libro Las ruinas de Palmira, 1791, y en 2013 la Unesco la incluyó en la lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro para alertar sobre los riesgos a los que estaban expuestas debido a la Guerra Civil en Siria iniciada en 2011.
Finalmente el grupo extremista Estado Islámico (EI) tomó el control de la ciudad  y destruyo con explosivos el Templo de Bel, el de Baalshamin, y tres importantes tumbas-torre, entre ellas la de Elahbel, alhaja irreemplazable que fue construida en el año 103 a.EC., la que tenía cuatro plantas y un piso subterráneo. Torres sin duda antecesoras de las torres mudéjares en España, como las de Teruel, y por tanto de las dos de Cali (San Agustín también la tubo) o la de El Salado. 
Destrucción, que la UNESCO calificó de "crimen de guerra" pero que no ha pasado de ser una inútil declaración burocrática, como fueron las que se hicieron con motivo de la voladura de los milenarios y altísimos Budas de pie, tallados en la roca en el siglo IV o V, en el valle de Bamiyán en Afganistán, por los talibanes a ordenes del misterioso y al parecer muy alto, el también, Mullah Mohammed Omar supuestamente muerto en 2013 en un hospital de Karachi por su sucesor Akhtar Mansur.
          En Cali, hace casi un siglo, los “talibanes” locales comenzaron la destrucción de su patrimonio colonial, con “barras” y “picas”, la que se disparó para los VI Juegos Panamericanos, ya con martillos neumáticos, y hace casi un lustro fue “noticia” la dinamitada de unos edificios cerca al CAM y recientemente la de una parte del Colegio de la Sagrada Familia. Reutilizar no está en su “imaginación” y con seguridad ignoran que hace mas de medio siglo el ingeniero Antonio Páez movió 29 metros el edificio de Cudecom en Bogotá, de ocho pisos, para seguir usándolo.
          Devastación casi total de la memoria, cuyas secuelas en la ciudad se han señalado reiterativamente en esta columna, al punto de que sólo queda la capilla de San Antonio, el conjunto de la Merced, las dos iglesias (muy transformadas) de la Anunciación, como se la llama ahora a la primera iglesia dedicada al santo de Asís, y San Francisco, que ya es de bien entrado el siglo XIX, y la Torre Mudéjar, de fines del XVIII, en cuya belleza e importancia no sobra seguir insistiendo.
          Menos mal que lo mas trascendente es que en el valle del río Cauca ha quedado el profundo y muy pertinente legado que la arquitectura hispano-musulmana dejó en Iberoamérica, especialmente para su parte tropical, y que se puede resumir en siete aspectos. Los patios, las torres, las techumbres, los corredores, los recintos genéricos, el blanco y las circulaciones acodadas, como en cualquier casa colonial en Caloto, Buga, Tuluá o Cartago, o de tradición colonial (ya son del siglo XIX) en Palmira, la de acá.
          Es la indagación de arquitectos que no se entregaron a la penúltima moda, como Heladio Muñoz (Popayán 1920-1986 Cali), Rodrigo Tascón (Palmira1930-2014 Cali), Rafael Sierra (Charta, Santander 1930- 2007 Florida, Valle), Álvaro Thomas (Popayán1936- ), Oscar Men­doza (Bogotá 1942- ), Jaime Beltrán (Cali 1946- ) o Mauricio García (Pasto 1962- ), y quien escribe, basados en que una arquitectura apropiada y sostenible debe serlo, técnica, social, y culturalmente, para un contexto regional.

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