Hace 50
años el valle del río Cauca tenía un sistema de ciudades intermedias, único en
el país, unido por ferrocarril, el primero aquí de ese tipo, y la nueva
estación de Cali era la mas grande y moderna. En esta fértil tierra, con
abundante agua, se cultivaba todo, ya no había ganadería extensiva, la crianza
de ganado lechero era avanzada, la Facultad de Agronomía y el CIAT destacaban
en el ámbito nacional. Las cordilleras mantenían sus selvas y biodiversidad, el
plan multitud de aves…y ya no había “pájaros”.
Había
industrias y empresarios como Manuel Carvajal que pensaba en colegios y no en
catedrales. La ciudad con apenas 700.000 habitantes, de Versalles a San
Fernando, era segura, confortable y silenciosa, sin vandalismo ni pordioseros,
el Centro lo era y EMSIRVA ejemplar. Las drogas, el alcohol y Siloé no eran
problema y no existía el narcotráfico; el tránsito era lento y con pocos
accidentes, la “puentemanía” no había llegado, los buses funcionaban y los
carros de plaza eran como un Uber. Todo estaba cerca y se podía caminar pues la
ampliación de las vías aun no se había tragado los andenes.
Existían
largas y bellas alamedas, el río Pance era una delicia y el Cali un
espectáculo; la Avenida Colombia un paseo de verdad, el Alférez Real un hotel
icónico, el Batallón Pichincha firme en el Paseo Bolívar y la Biblioteca del
Centenario cerca, el Palacio de San Francisco era la Gobernación, la Sagrada
Familia un colegio, el Santa Librada ejemplo nacional, el Club Colombia tenia
una digna sede, el San Fernando una maravilla de piscina y baile por las
tardes; y con el Campestre, varias casas y edificios, eran la mejor
arquitectura moderna del país, y no había “torres” innecesariamente altas.
La
Universidad del Valle era la segunda en Colombia, con reconocidos profesores
nacionales y extranjeros; Jaime Aparicio ganaba y el futbol era bueno; La
Tertulia y sus Bienales de Grabado eran importantes en Latinoamérica; el TEC y
Enrique Buenaventura en el mundo; estaban Edgar Negret, Lucy y Hernando Tejada,
Fernell Franco, y María Thereza Negreiros y Pedro Alcántara, y Ever Astudillo y
Oscar Muñoz comenzaban; era Caliwod y Andrés Caicedo escribía y tenia un
cineclub, ya existía La Nacional y una buena orquesta sinfónica; pocos pero
buenos restaurantes, sin esnobs, bares donde conversar y bailaderos no sólo de
“salsa”, la Feria lo era y el alumbrado navideño discretamente bello.
Esta “sucursal del cielo”, que la gran
mayoría de los habitantes actuales de Cali no vivió, se acabó –casi- debido a
su rápido y masivo crecimiento, al negocio de la tierra y al ansia de
“modernidad” y “cambio” que destruyó, con la disculpa de los VI Juegos
Panamericanos, su patrimonio construido, es decir, la imagen colectiva que
identifica una ciudad por generaciones. Hoy preocupa su calidad de vida,
comparada con ciudades intermedias como Manizales, Pereira, Armenia o Popayán.
Hay que
reducir su crecimiento y distribuirlo de Santander de Quilichao a Cartago,
unidas por un nuevo tren, y otro de cercanías por el corredor férreo mas una
autopista urbana, el par vial 25-26, el MIO, ciclovías y amplios andenes, que
conecten sub centros, incluyendo los nuevos colegios, y que estos sean
concursos de arquitectura sostenible y contextual. Legalizar el área
metropolitana, limitarla con un anillo verde, recuperar las fuentes de agua,
hacer reservorios en la ladera, y fomentar nuevas industrias. Mas primero hay
que acabar con la corrupción generada por las drogas, legalizándolas.
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