Que equivocación fatal la de los edificios codiciosamente altos, las mas de las veces de frívola arquitectura “espectáculo”, que acechan este Centro Histórico, patrimonio de la humanidad, desde Bocagrande, El Carnero y La Matuna. Que pichicata la Avenida Heredia que pasó lamiendo los baluartes y que ha debido ser solo un paseo para coches y peatones al nivel de la base de la muralla, no importa que el mar se le metiera en ocasiones. Que atarvanería la de las “narcoburbujas” con placas del interior que circulan atropellando por las estrechas calles coloniales y de los taxis cartageneros que las llenan de ruido, porque ha sido imposible sacar los carros de ahí. Y como si no fuera suficiente, pasaron el transCaribe, peor de invasor que el Mio, enfrente de la Puerta del Reloj.
Lamentables las sobre-elevaciones de los dos principales hoteles de la ciudad que no se contentaron con ser de menos pisos; las restauraciones que no lo son sino de nombre y las fachadas de colorinches, cada vez mas frecuentes; las ventanas a todo lo largo de la Calle de Santo Domingo convertidas en vitrinas de boutics bogotanas de modas pasadas de moda; los restaurantes mas caros que malos en los que el uso desmedido del aire acondicionado enfría la comida y el alma; el desplazamiento cada vez mayor de los antiguos usos del centro y sus habitantes; y el vergonzoso escándalo de la plaza de Santo Domingo. En fin, la pérdida de autenticidad de una ciudad que marcha ineludiblemente hacia su “disneylizacion” final.
Para no hablar del Castillo de San Felipe, la mas imponente construcción de nuestra historia de la arquitectura, precursora hace siglos, pero por serias razones militares, que incluían su imagen de fortaleza inexpugnable, de la moda actual de la arquitectura “faceteada” que aquí algunos despistados consideran novedosa. ¿Cuándo se acometerá su cuidadosa restauración? Por lo menos se podrían retirar los falsos parapetos levantados para ocultar las luces de cuando ahí se debatía Don Blas de Leso en un ramplón espectáculo de “luz y sonido”. Y desde luego las construcciones que aun quedan a su alrededor ocupando sus “glasis” que ni siquiera deberían tener árboles, como cuando eran llanos y limpios para facilitar el impacto de los cañones del fuerte sobre sus asaltantes.
Pero pese a los piratas de toda clase de pelambres que la sitian ahora, aun sigue siendo nuestra mas bella ciudad. Hay que aprovecharla antes de que suba el nivel del mar con el deshielo de la Antártica y la deje inundada desplazando a sus habitantes que pasarán a ser parte de los 500 millones que en el mundo se quedarán sin tierra firme. Que ironía pues fue justamente por ser una costa cierta con una segura bahía, que Don Pedro de Heredia la fundó pronto hará cinco siglos. ¿Cuántas décadas le quedarán? Qué será primero ¿su inundación o su tribialización total? Pues ahí si que no se sigue eso de que nunca mucho de nada. Muy, nada, como le enseñaron al arquitecto Carlos Campuzano, que hace años dirige el Taller Internacional de Cartagena. En el conviven mas de 100 estudiantes y cerca de 50 profesores, del Nuevo y Viejo Mundo, aprendiendo felices arquitectura de la ciudad: algo le podrían retornar.
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