La memoria colectiva son los hechos pasados que atesora
y destaca una comunidad, cuyo significado y
trascendencia hacia el futuro mantienen presentes en las ciudades la
permanencia de los espacios urbanos y edificios en los que se sucedieron, o lo son estos mismos incluyendo sus entornos
inmediatos. Monumentos elegidos y públicos que así pasan a ser parte de las
experiencias comunes de todos los días
para sus habitantes, ayudando a su identidad con el escenario de la vida de
cada uno de ellos y la de sus conciudadanos. Identidad que redunda en una mejor
convivencia y mas seguridad y calidad de vida para todos.
Por eso es un despropósito la
demolición por mas de medio kilómetro de las barandas, pérgolas y faroles de la
Avenida Colombia, con mas de medio siglo de presencia en la vida cotidiana de
los caleños. Y un acto ilegal, ya que por estar en el Centro Histórico de la
ciudad ha debido ser consultado con el Comité de Patrimonio Municipal, al cual
nunca se presento el proyecto, como tampoco al Consejo Departamental de
Patrimonio Cultural, el que sólo logró, después de comenzadas las obras, que el
Ministerio de Cultura lo llevara al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural , el
que por lo visto no se percató de la demolición o no le dio importancia.
Por lo demás, los caleños no han podido conocer a
cabalidad el proyecto pues la información suministrada a través de la prensa
fue insuficiente y engañosa, y al parecer su diseño se modificó. Pero lo que ya
se puede ver en el sitio es la absurda barrera de acero corten (oxidado) y
madera de mentiras, a manera de interminable banca a pleno sol, que reemplazó
las originales barandas, apergoladas de tramo en tramo. Las bancas de granito,
mirando a la Avenida, ya habían sido cambiadas por unas que permitían también
sentarse viendo al río, pese a lo cual solo las utilizaban los indigentes para
dormir, y que también desaparecieron;
ladrillos viejos, dirán algunos.
Para no hablar de las torres de
ventilación, disfrazadas de feos mogadores gigantes, cuya información nadie va a ver, que interfieren con la
memorable vista que se tenia sobre la Ermita, que llevó incluso a que se le
hiciera el ábside que nunca tuvo. Y ni para qué insistir en la feúra oxidada de
sus bases de acero, ni la de las materas
a la Zaha Hadid cuyas maticas difícilmente perdurarán, ni en la pobreza gris del diseño del suelo,
que se mete groseramente por las calles truncas que llegan a lo que ni siquiera
supieron como llamar. Que serie de plazoletas, que bulevar, que paseo, cuando
no es ninguno de estos espacios, y ni siquiera un verdadero malecón.
Como
se dijo hace años (La Avenida Colombia otra vez, 18/05/1998) lo indicado era “recuperar el ‘paseo en la orilla
derecha del Río Cali’ con muy amplios andenes y trafico lento por solo dos
carriles (tal como se le propuso al Alcalde Guerrero a principios de los 90
cuando todavía era posible hacerlo desde el Hotel Intercontinental) y no pensar
en una desmesurada y desapacible ‘plazoleta’ como se ha diseñado.” Ahora,
después de la Feria, ya se puede ver bien lo que finalmente se hizo, y recordar
a Hernando Guerrero, Presidente del Concejo, que en 1921 pensaba que “no
encontraría similar en ninguna de las ciudades del País y, quizá, podríamos
mostrarla con orgullo a los europeos”.
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